México (AFP) – La idea de entrenar boxeadores le vino a Miguel Ramírez cuando uno de sus hijos dejó ir la oportunidad de jugar fútbol profesional en México por un problema de adicciones.

Exjugador de fútbol profesional y exboxeador amateur, Ramírez, de 50 años, entrenó peleadores por 12 años en centros de rehabilitación, en donde se decidió a poner un gimnasio que hoy lleva su apellido.

«Saqué muy buenos prospectos para el box y me nació la idea de poner un gimnasio, se me presentó la idea de ponerme abajo del puente», dice a la AFP Ramírez, quien también se dedica a vender tacos (típica comida mexicana) por las mañanas.

Con mirada decidida y gruesas manos de boxeador, Ramírez puso sus primeros costales de boxeo y un pequeño cuadrilátero debajo de un puente vehicular en Ecatepec, un suburbio de Ciudad de México conocido por sus problemas de inseguridad y feminicidios.

Hace 10 años, antes de que se escucharan los golpes de los guantes sobre los costales de boxeo, por debajo del puente estaba repleto de basura, escombros y las piezas de automóviles destartalados de los talleres mecánicos cercanos.

Hoy, varios niños y niñas de la localidad se ponen las vendas de boxeo en las manos mientras otros pelean con su sombra y algunos golpean decididos los costales bajo la mirada de Ramírez, su padre y su hija, quienes regentean el lugar sin ningún tipo de patrocinio.

«Todo esto que ven ha sido del bolsillo de nosotros, de la familia Ramírez», dice.

La idea del lugar, que está perpetuamente acompañado del ruido del tránsito y de los negocios cercanos, es alejar a los niños de las adicciones, enseñarles deporte y así evitar que engrosen las filas de la delincuencia.

«Tenemos bastantes niños, porque en vez de darles opción a que piensen cosas malas, cansarlos aquí, que hagan una actividad deportiva, y la verdad pues quitarlos de esas adicciones, de esos robos, enseñarlos a ser gente de bien», dice Ramírez a medida que más niños y jóvenes van entrando al gimnasio.

– «Esto es mi vida» –

El boxeo corre por las venas de la familia de Miguel Ramírez, y su hija Fernanda fue la primera en ponerse los guantes en el gimnasio.

«Empecé viendo a mi papá. Yo estaba en el baile pero veía cómo entrenaba y dije «‘yo quiero box'», dice Fernanda, de 25 años, y quien se retiró con un palmarés de varias medallas en torneos regionales amateur.

Fernanda, quien espera a su segundo hijo, trabaja hoy entrenando chicos en el gimnasio con su padre. «Esto es mi vida, me encanta ponerle atención a los chavos (jóvenes), enseñarles lo que yo sé», dice.

Su paso por el boxeo también inspiró a su hermano Miguel Ángel, quien a sus 17 años es boxeador profesional y el orgullo de su familia y del gimnasio bajo el puente.

«En este gimnasio empecé a participar con mi papá y pues aquí empezamos a entrenar», dice con la sonrisa que le dejó la victoria en su tercera pelea profesional cuatro días atrás.

«(El gimnasio) no solo me beneficia a mí sino a muchas personas», agrega.