México (AFP) – María Herrera dedica la vida a buscar a sus cuatro hijos desaparecidos, una fatalidad que la destroza pero que le ha dado el impulso para ayudar a otras víctimas de una de las mayores crueldades de la delincuencia en México.
Primero fueron Jesús Salvador y Raúl Trujillo Herrera, cuyo rastro perdió el 28 de agosto de 2008 cuando viajaban para comerciar oro en el estado de Guerrero (sur), azotado por narcotraficantes en ocasiones aliados con policías. Salvador tenía entonces 24 años y Raúl 19.
María tampoco volvió a saber nada de Gustavo (28) y Luis Armando (25) desde el 22 de septiembre de 2010. También comerciantes de oro, desaparecieron en el estado de Veracruz (este), con fuerte presencia del crimen organizado. Ambos ayudaban con las averiguaciones para localizar a sus hermanos.
«Las desapariciones de mis hijos, así como las de miles y miles de personas, son desapariciones forzadas», dice esta mujer de 72 años, quien acude ante cuanta autoridad puede y gastó sus ahorros en detectives privados.
«Los verdaderos delincuentes están en el poder», añade María, quien no ceja en la búsqueda junto con su esposo y otros cuatro hijos.
Por su tenacidad, ha sido reconocida como «heroína» por la oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
«Yo le apuesto a que nuestra voz se escuche, que resuene y que la sociedad se una y despierte», afirma en su pequeña casa del Estado de México, de donde ha salido incontables veces para recorrer el país con fotos de sus hijos e impulsar a otras familias a hacer lo mismo.
Fuerza solidaria –
En México se han denunciado más de 76.000 desapariciones desde 1968, según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas.
El 97,8% de los casos se produjo a partir de 2006, cuando el gobierno lanzó un operativo militar antidrogas que, según Human Rights Watch, «ha dado lugar a miles de violaciones de los derechos humanos, incluyendo desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales».
Desde entonces el país acumula 300.000 asesinatos, la mayoría atribuidos al crimen organizado. En medio de esta vorágine, los delincuentes suelen enterrar a sus víctimas en sitios de difícil acceso para entorpecer las investigaciones.
«Tenía la esperanza de que iba a encontrar a mis hijos, pero ya cuando veo que muy lejos de encontrar a mis hijos y de tener la dicha de tenerlos conmigo, me desaparecen otros dos, es cuando yo siento impotencia y pensé ‘ahora sí ya no me queda más que ayudar'» a otras madres, recuerda María
«Ahora gritamos. Nos convirtieron en fieras porque cuando te tocan tus cachorros, tú los defiendes con la vida», exclama llorando esta mujer de pelo cano y apariencia frágil, a quien otros activistas llaman Mamá Mary.
En 2011, durante unos diálogos entre víctimas y gobierno, María increpó al entonces presidente conservador Felipe Calderón (2006-2012) por su estrategia contra el narcotráfico. «¡Mis hijos eran muchachos honestos y trabajadores, y fueron víctimas de su guerra!», gritó la mujer.
También encaró a Javier Duarte, gobernador de Veracruz entre 2010 y 2016, ahora preso por asociación delictuosa. Afirma que entonces él se burló de ella.
Con pico y pala –
Ante la falta de respuestas del gobierno, María, que estudió hasta la secundaria, creó en 2013 la Red de Enlaces Nacionales, agrupando a organizaciones de búsqueda de distintas partes del país.
Un año después fundó Familiares en Búsqueda María Herrera que, junto con Enlaces Nacionales, lanzó en 2016 la primera Brigada Nacional de Búsqueda, que ha descubierto fosas clandestinas en varios estados.
«Llegué a este momento sin imaginarlo (…), yo era una mujer feliz vendiendo mi ropita», se lamenta María, a quien su madre le inculcó desde pequeña, en su pueblo natal de Pajacuarán (Michoacán), el valor de ayudar «a cualquier necesitado».
«Lo único que yo he puesto ha sido mi dolor y mis deseos de que esto ya no siga pasando», añade a unos metros de su esposo, quien la ve recibir a diario llamadas de familiares de desaparecidos pidiendo orientación.
Les enseña a realizar la búsqueda a través de las instituciones y también en montes, pues además de conocer los legalismos sabe cómo usar varillas, palas y picos y enterrarlos a cierta profundidad para no destrozar las osamentas.
Y a pesar de ser una figura reconocida, vive con cierto miedo. Ser defensora de derechos humanos en México «es lo más difícil que puede haber porque estás nada más con el temor de que en cualquier momento te van a callar».