Irvine (California).- El debate sobre el papel de la inteligencia artificial generativa en la vida de niños y adolescentes californianos se intensifica tras la publicación de un nuevo estudio de la Universidad de California, Irvine (UC Irvine).
La investigación, que encuestó a 2.143 adultos en todo el estado, incluidos 870 padres y tutores, revela una mezcla de optimismo y desconfianza hacia estas tecnologías. Mientras muchos ven oportunidades educativas y laborales futuras, también surgen temores sobre el impacto en las habilidades de resolución de problemas y la integridad académica de los menores.
Kelli Dickerson, científica investigadora de UC Irvine y autora principal del estudio, resume el hallazgo clave.
«Muchos californianos ven beneficios potenciales para la educación y las carreras futuras de los niños, pero también tienen grandes preocupaciones, especialmente sobre su capacidad de resolver problemas y la honestidad académica».
El sondeo muestra que uno de cada cuatro padres reporta que sus hijos adolescentes utilizan IA generativa a diario, con un uso más alto en familias con mayor nivel educativo y económico.
Asimismo, los padres de niños en edad escolar y los adultos más jóvenes se muestran más optimistas sobre su utilidad para el aprendizaje y la preparación profesional.
Sin embargo, el estudio revela una marcada línea roja: la mayoría considera que utilizar IA para verificar tareas escolares constituye trampa, mientras que pedir ayuda a compañeros, padres o tutores no lo es.
Esta diferencia de percepción, advierte Gillian Hayes, profesora Kleist de Informática y coautora del informe, plantea un dilema de equidad.
«Todos pueden acceder a un tutor de IA aprobado por la escuela, pero podría verse como hacer trampa. En cambio, no todos tienen acceso al apoyo humano que no se percibe así. ¿Quién puede pagar un tutor y quién no? ¿Qué padres tienen tiempo y educación para ayudar a sus hijos y quiénes no?», cuestiona.
Otro hallazgo significativo es la ausencia total de confianza en los entes reguladores. Ni el gobierno, ni el sistema educativo, ni las grandes empresas tecnológicas cuentan con el respaldo de los adultos californianos para supervisar el uso de IA con menores.
Candice Odgers, profesora del Departamento de Psicología y coautora del estudio, advierte: «Sin un organismo de confianza que asuma esta tarea, el futuro de nuestros hijos con la IA quedará en manos de Big Tech». Esta percepción refuerza la necesidad de crear mecanismos de regulación claros y transparentes, independientes de intereses comerciales.
La investigación, desarrollada por el grupo CERES (Connecting the EdTech Research EcoSystem) en colaboración con la Escuela de Ecología Social de UC Irvine, no solo cuantifica percepciones, sino que abre un espacio de reflexión urgente. La creciente integración de la IA generativa en la vida de los menores obliga a repensar la relación entre tecnología, aprendizaje y valores.
Las autoras señalan que es vital diseñar tecnologías éticas y adaptadas al desarrollo infantil, al tiempo que se abordan desigualdades en el acceso y se establecen lineamientos claros que protejan el bienestar de todos los niños.
En un contexto donde las herramientas de IA pueden transformarse rápidamente de apoyo educativo a riesgo de dependencia o de desigualdad, el reto para padres, educadores y legisladores es encontrar el equilibrio adecuado.
Esto implica no solo establecer normas, sino también promover la alfabetización digital, capacitar a los docentes y generar un debate público informado. El estudio subraya que la conversación sobre IA y menores no puede limitarse a Silicon Valley ni a las aulas, sino que debe involucrar a toda la comunidad.
En definitiva, el informe de UC Irvine deja claro que el futuro de la educación en California con IA generativa está marcado por una paradoja: una promesa de innovación y oportunidades acompañada de un profundo escepticismo sobre quién debe y puede garantizar su uso justo, seguro y equitativo.
El desafío ahora es convertir esta preocupación en políticas públicas efectivas y en un marco ético que responda a la velocidad con la que la tecnología avanza en la vida de los más jóvenes.