Los Ángeles (California).- Más de siete millones de estadounidenses conviven actualmente con la enfermedad de Alzheimer, enfrentando diariamente los devastadores efectos del deterioro cognitivo. Lo más alarmante es que los cambios en el cerebro que provocan esta condición comienzan hasta veinte años antes de que aparezcan los primeros síntomas, según la Alzheimer’s Association.
Esta larga fase silenciosa subraya la urgencia de contar con herramientas de diagnóstico temprano y preciso, algo que hasta ahora ha estado plagado de complicaciones, elevados costos y métodos invasivos. Un nuevo estudio dirigido por ingenieros biomédicos de la Universidad del Sur de California (USC) podría cambiar por completo este panorama.
El equipo de investigación, liderado por el profesor Vasilis Marmarelis de la Escuela de Ingeniería Viterbi de USC, ha descubierto un enfoque innovador que se aleja de la tradicional «hipótesis de la cascada amiloide», la cual ha dominado durante décadas el entendimiento del Alzheimer.
Esta hipótesis sostiene que la acumulación anormal de la proteína beta amiloide en el cerebro desencadena la formación de ovillos de proteína tau en las células cerebrales, provocando su mal funcionamiento y muerte progresiva. Aunque ha sido el paradigma central, los métodos para detectar estas proteínas —como las punciones lumbares y las tomografías PET con trazadores radioactivos— son costosos, invasivos y limitados en su alcance clínico.
Frente a estas limitaciones, Marmarelis y su equipo optaron por “darle la vuelta al guion” y centrarse en la regulación del flujo sanguíneo cerebral como posible indicador de deterioro cognitivo.
Este enfoque se basa en la comprensión de cómo el cerebro regula su irrigación para mantener niveles adecuados de oxígeno y eliminar el exceso de dióxido de carbono (CO₂). Si este mecanismo —llamado vasorreactividad— está alterado, podría contribuir directamente a la degeneración cognitiva observada en el Alzheimer.
Durante cinco años, el equipo estudió a 200 personas utilizando tecnología no invasiva como ultrasonido Doppler para medir la velocidad del flujo sanguíneo cerebral y espectroscopía infrarroja cercana para monitorear la oxigenación del tejido cortical. Así desarrollaron un nuevo marcador fisiológico denominado Índice de Dinámica Cerebrovascular (CDI), capaz de cuantificar la eficiencia con la que el cerebro responde a cambios en presión arterial y niveles de CO₂.
Los resultados fueron sorprendentes. El CDI logró distinguir con un 96% de precisión entre personas con deterioro cognitivo leve o Alzheimer y sujetos sanos.
Este valor, conocido como AUC (Área Bajo la Curva), representa un desempeño diagnóstico superior al de cualquier otra prueba utilizada actualmente: el escáner PET de amiloide alcanzó apenas 0.78, mientras que los test cognitivos MoCA y MMSE llegaron a 0.92 y 0.91 respectivamente.
Para Marmarelis, esta diferencia no es trivial: implica una mejora sustancial en la capacidad de identificar correctamente a quienes padecen la enfermedad.
Además de ofrecer una nueva vía de diagnóstico más accesible y segura, estos hallazgos abren la puerta a posibles tratamientos centrados en restaurar la regulación del flujo sanguíneo cerebral. Marmarelis señala varias estrategias prometedoras que podrían ayudar a mejorar la vasorreactividad y, con ello, frenar o incluso prevenir el deterioro cognitivo.
Una de ellas es la implementación de cambios en el estilo de vida, como caminatas aeróbicas diarias de 20 a 30 minutos, una dieta saludable baja en grasas y azúcares, y técnicas de manejo del estrés.
Estos hábitos no solo promueven una mejor salud cardiovascular, sino que también estimulan los mecanismos naturales del cuerpo para mantener una irrigación cerebral óptima. Estudios recientes respaldan esta estrategia, como el llevado a cabo por la Alzheimer’s Association, que demostró mejoras cognitivas significativas en pacientes que combinaron ejercicio y la dieta MIND.
Otra técnica prometedora es la hipoxia e hipercapnia intermitente inducida, que consiste en inhalar aire con niveles controlados de oxígeno reducido y CO₂ elevado, simulando condiciones de entrenamiento de atletas de alto rendimiento. Los primeros resultados sugieren que este método puede mejorar la regulación cerebral del flujo sanguíneo.
Asimismo, la neuroestimulación vagal transcutánea auricular (taVNS), una tecnología no invasiva que estimula el nervio vago a través de un dispositivo colocado en la oreja, muestra resultados alentadores. Este nervio desempeña un papel crucial en la regulación de múltiples funciones corporales, incluyendo la vascularización cerebral.
Más allá del Alzheimer, el equipo de USC considera que esta línea de investigación podría ser útil para diagnosticar y tratar otras formas de demencia. Al centrarse en un mecanismo fisiológico fundamental como es la perfusión cerebral, se abre un nuevo horizonte en la lucha contra enfermedades neurodegenerativas que hasta ahora parecían indescifrables.
Este descubrimiento marca un punto de inflexión en la comprensión del Alzheimer. Lejos de resignarse a las limitaciones de los métodos tradicionales, la ciencia empieza a mirar hacia lo que quizás siempre estuvo delante de nuestros ojos: la salud de los vasos que alimentan el cerebro podría ser la verdadera clave para detectar y tratar a tiempo esta devastadora enfermedad.