Serra de Caldas (Brasil).- Elevándose como una isla montañosa en medio de campos agrícolas, pequeñas ciudades y ríos sinuosos en el corazón de Brasil, la Serra de Caldas se impone como un monumento natural de innegable protagonismo geológico y ecológico.

Esta meseta ovalada, también conocida como domo de Caldas o Caldas Ridge, se alza unos 300 metros sobre el paisaje circundante en el estado de Goiás y representa una joya ambiental y turística poco conocida fuera de las fronteras brasileñas.

Cubierta en su totalidad por el Cerrado, el segundo mayor bioma de Sudamérica después de la Amazonía, la Serra de Caldas preserva un ecosistema de sabana tropical y pastizales de alta biodiversidad. Esta vasta región, que cubre cerca del 20 % del territorio brasileño, alberga miles de especies endémicas de plantas, aves, reptiles y mamíferos.

Entre sus habitantes más emblemáticos destaca la Seriema de patas rojas, un ave alta y esbelta, de pico rojo brillante y copete distintivo, convertida en mascota oficial del parque estatal creado en 1970 para proteger esta singular elevación geológica de 20 kilómetros de largo por 12 de ancho.

La imagen más reciente del domo fue captada el 19 de mayo de 2025 por el satélite Landsat 9, revelando su prominencia entre campos de cultivo y núcleos urbanos. Sin embargo, un fenómeno visual conocido como inversión del relieve puede hacer que esta estructura parezca una depresión desde ciertas perspectivas, a pesar de su elevación.

La riqueza biológica de la zona se ve reflejada no solo en su fauna, sino también en su flora. Entre las especies vegetales más representativas está el pequi, árbol cuyas flores son polinizadas principalmente por murciélagos, y la lobeira o “planta del lobo”, cuyo fruto es alimento predilecto del lobo de crin.

La interacción entre especies y su adaptación al ambiente convierte a la Serra de Caldas en un laboratorio natural viviente que fascina a ecólogos y visitantes por igual.

Además de ser un refugio ecológico, la Serra de Caldas cumple una función hidrológica clave. Gran parte del agua de lluvia que cae sobre el domo no fluye superficialmente, sino que se infiltra lentamente a través del terreno poroso, alimentando acuíferos subterráneos vitales.

Por ello, el Cerrado es conocido también como la «cuna de las aguas», ya que sus suelos actúan como una gran esponja que sustenta importantes cuencas hidrográficas en Brasil central.

Este ciclo natural de filtración y recirculación también da origen a uno de los atractivos más populares de la región: las aguas termales. Las ciudades vecinas de Caldas Novas y Rio Quente, cuyos nombres evocan directamente la presencia de estas fuentes cálidas, se benefician de un sistema geotérmico único. 

A diferencia de otras regiones del mundo donde el agua caliente emerge por la cercanía con cámaras magmáticas, en Goiás el calentamiento se produce porque el agua se filtra profundamente a través de fallas y fracturas en la roca, donde se encuentra con temperaturas elevadas en las profundidades de la Tierra antes de volver a surgir en la superficie.

Este fenómeno natural, combinado con la belleza del paisaje y la biodiversidad del Cerrado, ha convertido a la región en un destino turístico en crecimiento, ideal para quienes buscan experiencias de ecoturismo, senderismo y relajación.

Senderos escénicos conducen a cascadas que descienden por las laderas del domo, aunque su caudal depende de la cantidad de lluvias recientes. Incluso en la temporada seca, el atractivo de las aguas termales mantiene vivo el flujo de visitantes.

Sin embargo, la presión del desarrollo agrícola amenaza desde hace décadas la integridad del Cerrado, que ha visto desaparecer vastas extensiones de su vegetación original. Aunque el Parque Estatal de la Serra de Caldas representa un bastión de conservación, su futuro depende del equilibrio entre turismo responsable, políticas ambientales eficaces y una mayor conciencia pública sobre el valor incalculable de este bioma.

La Serra de Caldas, con su geología única, biodiversidad singular y papel crucial en el ciclo del agua, es mucho más que un accidente geográfico. Es un santuario de vida y un recordatorio de cómo la naturaleza puede equilibrar belleza, ciencia y sostenibilidad cuando se le permite florecer.