Madrid (España).- La Virgen de Guadalupe, cuya aparición se remonta a 1531 en el cerro del Tepeyac, en la actual Ciudad de México, ha trascendido como la advocación mariana más difundida del planeta.
Si bien su culto no fue inmediato, cobró fuerza hacia mediados del siglo XVII, cuando la imagen atribuida a una manifestación divina no hecha por mano humana (acheropita) comenzó a multiplicarse por medio de copias artísticas que circularon por toda la Nueva España y, especialmente, hacia Europa.
Este fenómeno global de veneración es el eje de la exposición Tan cerca, tan lejos. Guadalupe de México en España, presentada por el Museo del Prado hasta el 14 de septiembre de 2025. La muestra reúne cerca de 70 piezas provenientes de distintos puntos del territorio español, donde se han localizado más de mil objetos relacionados con la Guadalupana. Estas obras son testimonio del fervor mariano que surgió en el contexto colonial y que alcanzó una dimensión transatlántica.
La curaduría estuvo a cargo de los investigadores Paula Mues Orts, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y Jaime Cuadriello Aguilar, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ambos exploraron durante dos años la trayectoria de la imagen desde su concepción milagrosa hasta su consolidación como símbolo identitario y político.
A diferencia de otras devociones marianas que surgieron por decisiones eclesiásticas o campañas oficiales, la de Guadalupe se fortaleció por la narrativa de sus milagros. Uno de los más representativos fue en 1629, cuando se le llevó a la Catedral de México para interceder por las inundaciones.
Otro ocurrió en 1736, durante una peste, donde también fue invocada. Estos episodios propiciaron que se le jurara como patrona de la Nueva España y que su figura se convirtiera en un elemento de cohesión social entre indígenas, criollos y mestizos.
La materialidad de la imagen, plasmada en una tilma de algodón y atribuida al indígena Juan Diego, motivó inspecciones artísticas. En 1666, el Cabildo de la Catedral encomendó a pintores criollos examinar el lienzo y autorizar la reproducción de copias que sirvieran para su expansión devocional. La más antigua de estas copias, datada en 1656 y firmada por José Juárez, es una de las piezas más destacadas de la exposición del Prado. Esta obra fue llevada a España por una dama virreinal y donada al Convento de la Concepción en Ágreda.
La exportación de la imagen no se limitó a reproducciones aisladas. La Nueva España, como centro del sistema imperial español, tenía rutas marítimas hacia Asia a través del Galeón de Manila.
Por esta vía, la imagen llegó no solo a Filipinas, sino también a múltiples regiones de España, como Andalucía, Cantabria y otras provincias. La devoción guadalupana echó raíces en el imaginario colectivo español, tanto por razones espirituales como por el vínculo afectivo de los novohispanos que fundaron congregaciones en su honor en Madrid.
Aunque el arzobispado de México mantenía un férreo control sobre la reproducción de la tilma, existen testimonios que indican la existencia de ceremonias indígenas en las que se elegía al artista encargado de copiar la imagen. Esta práctica refleja el sincretismo cultural que caracterizó al culto guadalupano desde sus orígenes.
En el tránsito entre los siglos XVII y XVIII, el pintor mulato Juan Correa llevó a cabo el primer calco detallado del lienzo original. El procedimiento consistió en aceitar tiras de papel hasta hacerlas translúcidas, colocarlas sobre la tilma y trazar meticulosamente sus contornos. De este molde se generaron múltiples facsímiles que poblaron iglesias, conventos y hogares devotos, no solo en la Nueva España, sino también en España y más allá.
El auge de estas copias artísticas convirtió a la Virgen de Guadalupe en el rostro de la espiritualidad novohispana y, posteriormente, en emblema de la independencia mexicana, al ser usada como estandarte por los insurgentes a inicios del siglo XIX. Este proceso reafirma cómo una imagen religiosa se transformó en un símbolo de unidad cultural y resistencia política.
La exposición en el Museo del Prado no solo es una oportunidad para apreciar el valor artístico e histórico de estas representaciones, sino también para comprender cómo una devoción nacida en el corazón de América logró expandirse al mundo, impulsada por el arte, la fe y la historia compartida entre continentes.