Churia (Nepal).- Khilamaya Nepali se encuentra de pie en una pequeña parcela de tierra, con la mirada puesta en una trampa para moscas colocada entre hileras de coloquíntidas que han crecido casi un metro y medio.

“Mira, aquí hay una mosca macho”, explica con serena confianza a propósito de este nuevo método de control de plagas. “Hemos preparado una trampa que captura a las moscas macho con la ayuda de un producto químico específico. Lo hacemos para mantener bajo control la población de moscas. Lo aprendimos en el curso de la escuela de campo”.

Khilamaya está visiblemente orgullosa de sus nuevas habilidades y de su participación en la escuela de campo para agricultores sobre gestión de recursos naturales, donde ella y un grupo de otros agricultores trabajan colectivamente en esta parcela de tierra situada en el distrito de Udayapur, al sureste de Nepal.

Las escuelas de campo para agricultores son un componente clave del proyecto Building a Resilient Churia Region in Nepal (Fomento de la resiliencia en la región de Churia en Nepal), financiado por el Fondo Verde para el Clima (FVC) y ejecutado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en colaboración con el Gobierno de Nepal. El proyecto habilita a los agricultores para impulsar soluciones a los crecientes desafíos relacionados con el clima a los que se enfrenta la agricultura en las regiones.

Khilamaya Nepali, que vive con una discapacidad desde los seis meses de edad, participa por primera vez en una escuela de campo para agricultores de la FAO y el FVC. Allí ha aprendido técnicas agrícolas mejoradas, como el uso de trampas para moscas hechas con plástico suprarreciclado y el uso de heno como cubierta vegetal. © FAO/Adarsha Dhungel

Múltiples desafíos por afrontar

La región nepalí de Churia, situada en las estribaciones del imponente Himalaya, se enfrenta a graves amenazas derivadas de la degradación de la tierra, la irregularidad de los patrones meteorológicos y la insostenibilidad de las actividades humanas.

La mayoría de los agricultores de esta zona practican una agricultura de subsistencia y dependen de pequeños cultivos de cereales, como el arroz o el maíz, para alimentar a sus familias durante todo el año.

Muchos agricultores siguen las prácticas de cultivo tradicionales a pesar del rápido cambio climático que está teniendo lugar, lo que les expone a un mayor riesgo de perder cosechas vitales debido a la irregularidad de los patrones meteorológicos.

El proyecto aborda estas vulnerabilidades relacionadas con el clima a través de las escuelas de campo para agricultores, donde se realizan ensayos comparativos de diferentes variedades de cultivos, se lleva a cabo un seguimiento de su rendimiento a lo largo del ciclo de cultivo y se ayuda a los agricultores a determinar las variedades más adecuadas en función de las nuevas condiciones locales y los efectos de los fenómenos climáticos extremos. Estas parcelas experimentales también sirven como plataforma para probar nuevas técnicas, lo que permite a los agricultores observar, adaptar y adoptar prácticas innovadoras en condiciones reales.

Las escuelas de campo para agricultores mejoran las perspectivas de subsistencia y la confianza de sus miembros. Khilamaya es ahora una participante activa y con voz propia en la escuela, donde comparte su experiencia con los demás. © FAO/Adarsha Dhungel

Una de estas técnicas consiste en utilizar el heno de arroz como cubierta vegetal para retener la humedad del suelo en la temporada seca. Los agricultores solían quemar el heno, con lo que se destruían elementos fertilizantes y microorganismos beneficiosos y se generaba una polución atmosférica peligrosa. Tras adoptar esta sencilla técnica de cobertura del suelo con materia orgánica, los suelos retienen más agua, lo que supone un ahorro considerable de este preciado recurso.

Gracias a su formación, Khilamaya aprendió técnicas para mejorar el rendimiento en terrenos pequeños. Luego aplicó estos métodos en su propio huerto, utilizando la poca tierra que tenía para probar y perfeccionar sus habilidades.

“Solíamos utilizar técnicas y prácticas agrícolas tradicionales”, explica Khilamaya. “Pero después de recibir formación en la escuela de campo, he aprendido mucho. Los especialistas me han enseñado a fabricar fertilizantes líquidos con productos locales. También he aprendido a hacer compost”.

Fomentar el conocimiento y la capacidad de acción

Las escuelas de campo para agricultores no solo introducen técnicas agrícolas modernas y accesibles, sino que también fomentan la participación inclusiva, velando por que todos los agricultores, tanto las mujeres como los hombres, así como las personas con discapacidad, puedan acceder a herramientas que faciliten el crecimiento y el empoderamiento.

La propia Khilamaya vive con una discapacidad desde que tenía seis meses.

“Como pueden ver, no tengo mano derecha, lo que me ha causado diversas dificultades en la vida diaria”, explica Khilamaya. “Me resultaba especialmente difícil escribir, pero aprendí a hacerlo con la mano izquierda. Soy algo lenta escribiendo, pero ahora puedo hacerlo”.

Al no tener tierras agrícolas propias, Khilamaya vive en una situación financiera difícil y está criando a dos hijas, la menor de ellas también tiene una discapacidad.

Las escuelas de campo para agricultores mejoran las perspectivas de subsistencia y la confianza de sus miembros. Khilamaya es ahora una participante activa y con voz propia en la escuela, donde comparte su experiencia con los demás. © FAO/Adarsha Dhungel

Khilamaya se había visto tradicionalmente excluida de los programas locales y de las actividades de capacitación a causa de su discapacidad. Sin embargo, los facilitadores de la escuela de campo para agricultores de la aldea de Risku la animaron a participar. Dev Kumari Raut, facilitador de la escuela de campo de Risku, recuerda que al principio Khilamaya se mostraba reticente, pero poco a poco fue participando más y demostró ser una alumna implicada y voluntariosa.

Khilamaya pertenece a la comunidad dalit de Nepal, que históricamente ha sufrido marginación social y discriminación por motivos de casta.

La inclusión es esencial para el éxito del proyecto: el 49,9 % de sus beneficiarios pertenecen a Pueblos Indígenas y el 14,5 % a comunidades dalit. Además, el 71 % de los participantes en las escuelas de campo son mujeres. 

Hasta la fecha, el proyecto ha impartido formación a más de 2 000 agricultores y ha ayudado a introducir prácticas agrícolas resilientes al clima en más de 1 200 hectáreas de tierras agrícolas. El resultado ha sido un aumento espectacular de la productividad para muchos agricultores.

Los enfoques basados en la comunidad pueden ayudar a fomentar la resiliencia al cambio climático, especialmente entre personas a las que tradicionalmente no se ha prestado atención. Tras participar en la escuela de campo para agricultores, las perspectivas de Khilamaya mejoraron, al igual que su confianza, pues se demostró a sí misma y a los demás que era un miembro activo y valioso de la comunidad.

Al involucrar a agricultores tradicionalmente marginados, el proyecto no solo ayuda a las comunidades a ser más resilientes frente a los fenómenos climáticos extremos, sino que también demuestra que la resiliencia pasa por asegurar que se escuche a todas las voces, se permita la participación de todas las personas y se ofrezca a todo el mundo la posibilidad de crecer.