Kiryandongo (Uganda).- Cuando Betty Ocira Acayo llegó al norte de Uganda con sus cinco hijos, su preocupación principal era dónde vivirían ella y su familia, seguida de cerca por cómo los alimentaría.

La familia de Betty cruzó la frontera en 2016, junto con otras 500 000 personas, mujeres y niños en su mayoría, que huían del conflicto violento en Sudán del Sur.

El Gobierno de Uganda acogió a familias como la de Betty, a la que proporcionó vivienda para ella y sus hijos en el asentamiento de refugiados de Kiryandongo y una parcela de cultivo de 40×40 metros.

Aunque Betty tenía algo de experiencia en cultivar un huerto doméstico, muchos refugiados de Sudán del Sur que llegaban a Uganda se habían dedicado principalmente a la ganadería y contaban con pocos conocimientos agrícolas.

Gran parte de los 1,5 millones de refugiados de Uganda se encuentran en la misma situación que Betty: han estado desplazados fuera de su país durante más de cinco años y no saben si será seguro para ellos volver a su hogar.

A pesar de las políticas inclusivas que entregan tierras de cultivo a los refugiados y que les conceden el derecho a trabajar y a moverse libremente por Uganda, la falta de oportunidades económicas obliga a más de la mitad de los refugiados a continuar dependiendo de la distribución de urgencia de alimentos y efectivo para satisfacer sus necesidades básicas.

Más del 90 % de los refugiados muestran una elevada vulnerabilidad económica, y más de un tercio padecen inseguridad alimentaria.

Hace mucho tiempo que los refugiados afirman que la asistencia de urgencia no constituye una solución a largo plazo para ellos. Quieren ser autosuficientes y tan solo necesitan los instrumentos y las competencias para conseguirlo.

Por este motivo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) invierte en autosuficiencia en beneficio de todas las personas, desde el país y las comunidades que acogen a los refugiados, que suelen ser personas expuestas a la inseguridad alimentaria, hasta los refugiados, que pueden crear capacidades para sustentar sus medios de vida en los lugares en los que están desplazados o en sus lugares de origen, si el regreso llegara a resultar seguro.

Se invitó a Betty a participar en el proyecto de la FAO sobre cadenas de valor agrícolas de los refugiados en favor de la autosuficiencia económica (Refugee Agricultural Value Chains for Economic Self Reliance).

Financiado por la Fundación IKEA, el objetivo de este proyecto consiste en establecer medios de vida sostenibles tanto para los refugiados que viven en el asentamiento de Kiryandongo como para los ugandeses de las comunidades vecinas.

Durante el proyecto, Betty se unió a una escuela de campo para agricultores establecida por la FAO, donde colaboró codo con codo con otros refugiados y ugandeses en una experiencia de huerto piloto y aprendió técnicas agrícolas eficaces, como la jardinería vertical, para aprovechar al máximo el espacio de su parcela.

También descubrió técnicas de riego que requieren menos agua, una consideración importante en Kiryandongo, donde este recurso escasea.

Además, los participantes recibieron gallinas y se les enseñó a cuidar de ellas. Los huevos representaban una fuente de proteínas o ingresos necesaria para muchas familias.

Además de los cultivos para consumo familiar, Betty y los demás participantes en la escuela recibieron semillas y aprendieron a cultivar fruta de la pasión morada específicamente para su venta.

En Sudán del Sur, Betty cultivaba productos solo para alimentar a su familia. En cambio, la escuela de campo para agricultores de Kiryandongo promovía el fomento de las competencias relacionadas con el desarrollo empresarial, la comercialización y los conocimientos financieros.

De esta manera, Betty y los demás agricultores de su grupo pudieron formalizarse y registrarse en el gobierno local del distrito, lo que da acceso a financiación adicional, como subvenciones oficiales.

También han establecido un grupo de ahorro que permite ahorrar dinero de forma colectiva y realizar préstamos a los miembros en caso de emergencia o para reinvertirlos en sus negocios agrícolas.

El proyecto ha tenido un efecto transformador para Betty y las otras mujeres, que representan el 70 % de los participantes. Cuando el marido de Betty falleció en Sudán del Sur, su familia perdió el sostén principal del hogar.

Ahora, ella ha asumido esa función: vende fruta de la pasión morada, berenjena y otras hortalizas en el mercado local y genera ingresos que reserva parcialmente para emergencias y que le permiten alimentar a sus hijos.

“Sé que las competencias que he adquirido me han cambiado la vida”, afirma Betty. De hecho, llega incluso a compartir estas capacidades con otros habitantes del asentamiento. “Muchas personas vienen para aprender de mí”.

La fruta de la pasión morada ha resultado ser un cultivo popular en el mercado local; si, en el futuro, los nuevos agricultores amplían su producción, la FAO podrá ponerlos en contacto con grandes compradores, que podrán adquirir el producto a granel.

Esto potenciará la sostenibilidad de la cadena de valor de la fruta de la pasión morada en Uganda y mejorará los resultados económicos de los agricultores.

Al mismo tiempo, además de proporcionar autosuficiencia, el proyecto contribuye a la coexistencia pacífica de los refugiados y las comunidades de acogida.

No es infrecuente que se produzcan tensiones entre los refugiados y las comunidades locales, en especial en relación con el acceso a los recursos naturales como el agua y los árboles, y que se observe un desequilibrio entre grupos en cuanto a la asistencia humanitaria y para el desarrollo.

La FAO está colaborando con el Gobierno de Uganda en la gestión de las causas profundas de estas tensiones, mediante la formulación de planes de gestión sostenible de los bosques y la promoción del uso de fuentes de energía alternativas.

Además, el proyecto ayuda a mejorar la relación entre los grupos, al incluir a las comunidades de acogida en todas las actividades del proyecto y crear grupos mixtos (formados por ugandeses y refugiados) de la escuela de campo para agricultores para que puedan intercambiar competencias nuevas y colaborar hacia la consecución de un objetivo común.

Durante el cultivo y la venta de los productos, los miembros de la comunidad de acogida y los refugiados trabajan juntos en formas que resultan mutuamente beneficiosas, y la mejora general de la seguridad financiera de ambos grupos ha contribuido a aliviar las tensiones.

Dado que el número de refugiados en todo el mundo se acerca a los 37 millones y la duración de la situación de desplazamiento asciende a 20 años en promedio, los gobiernos necesitan estrategias nuevas para garantizar que los refugiados disfrutan de una vida digna y no están atrapados en un limbo, sin perspectivas de una solución a largo plazo.

En Kiryandongo y en los asentamientos de refugiados de todo el mundo, existe una gran oportunidad de aprovechar todo el potencial de la agricultura para ayudar a las personas a satisfacer sus propias necesidades y mejorar sus vidas.

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