Madrid (España).- El Instituto Cervantes ha abierto una vez más su bóveda acorazada, la emblemática Caja de las Letras, para recibir un depósito cargado de historia literaria y reivindicación gremial: el legado »in memoriam» de Esther Benítez. 

En una ceremonia celebrada este miércoles 10 de diciembre, la institución cultural ha salvaguardado en la caja de seguridad número 1166 los objetos personales y profesionales de una figura que fue fundamental para la incorporación de la literatura italiana y francesa contemporánea en el ámbito hispanohablante. 

Este acto no solo rinde homenaje a su prolífica carrera, sino que subraya la importancia vital de los traductores, esos artífices a menudo invisibles que construyen los puentes necesarios entre culturas.

El contenido depositado en la antigua cámara acorazada bancaria ofrece una radiografía íntima y profesional de Benítez. Entre los tesoros que ahora descansan bajo la custodia del Cervantes, destaca una valiosa correspondencia con el escritor italiano Italo Calvino, autor a quien ella tradujo magistralmente, así como cartas de Jaime Salinas relacionadas con la gestión cultural de la época.

Sin embargo, el objeto que quizás resuene con mayor fuerza en la memoria colectiva de los lectores es la primera edición de 1972 de «El pequeño Nicolás», de René Goscinny, publicado por la Editorial Doncel. 

Este libro no solo representa su mayor éxito de ventas, sino que marca el inicio de su relación con una obra que continuaría traduciendo posteriormente para Alfaguara. El legado se completa con documentos académicos, acreditaciones, manuscritos de trabajo y un archivo fotográfico que la sitúa junto a personalidades como el duque de Alba, Jesús Aguirre, José María Guelbenzu y el editor Carlos Barral, testigos de su vibrante vida social y cultural.

Durante el acto de entrega, Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, ofreció una reflexión profunda sobre la naturaleza del oficio de la traducción. García Montero señaló que, aunque muchos traductores aspiran a ser «transparentes» para que su presencia no se note y se establezca un diálogo directo entre autor y lector, esa aspiración es, en el fondo, una ingenuidad. 

Para el director, el buen traductor es reconocido precisamente porque facilita la comunicación y las emociones, y en este sentido, Esther Benítez fue una pieza clave para que el público hispano pudiera acceder a los clásicos franceses e italianos, desde Guy de Maupassant y Julio Verne hasta Alessandro Manzoni. 

García Montero recordó con emoción su amistad personal con Benítez y su esposo, el escritor Isaac Montero, iniciada en 1982, destacando que de ellos aprendió el respeto por la cultura y el compromiso social en una época donde era necesario reivindicar la presencia cultural para la construcción de la democracia,.

La ceremonia contó también con la intervención de Mauro Hernández Benítez, hijo de la homenajeada, quien desglosó el legado en tres grandes bloques que definen la trayectoria de su madre: la actividad profesional como traductora, su labor sindical y asociativa, y su faceta personal. 

Hernández destacó el «compromiso político» de su madre, el cual nacía de un amor profundo por sus conciudadanos y, sobre todo, de un amor inmenso por los libros y las letras, cultivado desde una infancia de lectora insaciable.

Este compromiso la llevó a cofundar y presidir la Sección de Traductores de la Asociación Colegial de Escritores (ACE Traductores), desde donde batalló incansablemente por el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual, la normalización de tarifas y contratos, y la visibilización de la importancia de su trabajo.

Su hijo subrayó que su madre combinaba el amor por «los suyos» —familiares y amigos— con una defensa férrea de esos «traductores invisibles» sin los cuales no podríamos leer a célebres autores universales.

La relevancia de Esther Benítez trasciende sus traducciones; su figura es sinónimo de lucha por la dignidad profesional. Marta Sánchez Nieves, presidenta de ACE Traductores, y Luisa Fernanda Garrido, directora del Instituto Cervantes de Toulouse, enfatizaron las enseñanzas que Benítez dejó a las generaciones posteriores.

Garrido recordó cómo Esther le enseñó que la traducción debía tener «pasión creadora» sin dejar de ser fiel al original, y que la reivindicación de los derechos profesionales es, en esencia, un ejercicio de democracia. 

El legado de Esther Benítez llega a la Caja de las Letras un hito para la traducción literaria
El contenido depositado en la antigua cámara acorazada bancaria ofrece una radiografía íntima y profesional de Benítez. Foto: Instituto Cervantes

Además, rememoró consejos prácticos y éticos de Benítez, como la necesidad de combatir la «ignorancia invencible» —aquella que no sabe que lo es— y la obligación de tener un bagaje cultural amplio, no solo en la lengua extranjera, sino sobre todo en la propia, instando a «mimar» el idioma español.

El depósito del legado incluyó también objetos cargados de simbolismo personal que humanizan a la intelectual. Junto a los libros y documentos, se guardó una servilleta bordada por la propia Esther, quien tenía la costumbre de bordar durante las tertulias y un exvoto al que tenía mucho aprecio. 

Esto mostraba las múltiples facetas de una mujer que vivía la cultura tanto en el debate público como en la intimidad del hogar. Al cerrar la caja 1166, el Instituto Cervantes no solo resguarda papeles viejos, sino que se compromete con el futuro al preservar la memoria de una mujer que abrió, en palabras de Luisa Fernanda Garrido, «la puerta a todas las mañanas del mundo» para los lectores en español. 

Este acto reafirma que la verdadera riqueza de una comunidad reside en su cultura y en la memoria de quienes, como Esther Benítez, dedicaron su vida a enriquecerla.

Este artículo fue elaborado con la ayuda de herramientas de inteligencia artificial y revisado por un editor de Hispanos Press.