San Javier (Uruguay) (AFP) – Muy lejos de Moscú y Kiev, los habitantes de San Javier, una pequeña localidad uruguaya fundada hace un siglo por campesinos rusos, dicen estar «orgullosos» de sus raíces y de la singularidad de su cultura eslava, pero rechazan la guerra.

Con sus calles en cuadrícula, sus casas bajas y sus grandes extensiones agrícolas alrededor, San Javier, asentado a orillas del río Uruguay, luce a primera vista como cualquier otro pueblo del interior uruguayo.

Pero a la vuelta de una esquina, unas inscripciones en cirílico, el recién pintado centro cultural «Máximo Gorki» y cinco grandes matrioskas, las famosas muñecas rusas, erigidas en la plaza principal recuerdan una historia «bastante especial no solamente en Uruguay sino en Sudamérica», subraya Leonardo Martínez, adjunto del alcalde de la localidad de 1.800 habitantes.

Esta historia comienza en 1913 cuando 300 familias de la región de Vorónezh, en el oeste de Rusia, desembarcaron en Montevideo. Se trataba de seguidores del «Nuevo Israel», considerada entonces una «secta» por la religión ortodoxa y las autoridades zaristas, que huían de la persecución.

Unos meses después, 600 personas se instalaron en San Javier, 370 km al noroeste de la capital, Montevideo.

Esta colonia agrícola rusa totalmente autónoma fue entonces la más grande en establecerse en América del Sur y se dedicó con éxito a la explotación de la tierra. Un siglo después, el girasol, flor introducida por estos colonos en Uruguay, se exhibe por todas partes como símbolo del pueblo.

«Ver las fotos [de la época] nos genera un poco de nostalgia (…) por el gran sacrificio que hicieron» aquellos precursores, dice Martínez, de 43 años y nieto de fundadores, en el pequeño museo histórico del municipio. Por eso, se esfuerzan para mantener viva la cultura, agrega.

Sin dar cifras precisas, la alcaldía asegura que un «alto porcentaje» de la población del pueblo desciende de la «colonia rusa», aunque con el tiempo se ha convertido en un «crisol» de poblaciones y culturas.

El restaurante local ofrece «asado» uruguayo (carne a la parrilla) pero también «shashlik», un plato ruso muy popular de brochetas de carne marinada en limón, y la plaza del pueblo se utiliza para los ensayos de grupos de danzas folclóricas tanto «criollas» como rusas.

«Entre hermanos» –

Si bien el pueblo reivindica su identidad, que ha convertido en atractivo turístico, ahora observa a distancia el estallido de la guerra ruso-ucraniana, a más de 10.000 km de distancia.

No se ven banderas ni pancartas de protesta; ninguna manifestación altera la tranquilidad de sus calles.

«No he visto en San Javier una postura explícita» respecto al conflicto, aunque «estamos en contra (de) la guerra, eso queda clarísimo», declara Martínez.

Leonardo Lorduguin, de 22 años, que dedica una página de Facebook a la memoria de su pueblo, tampoco quiere tomar posición. Apasionado del ruso, que estudió durante dos años, ahora es uno de los pocos de su generación que habla el idioma.

Al igual que otros habitantes, señala que los colonos fundadores procedían de la «Gran Rusia», que abarcaba varios pueblos.

«En 1913 vinieron solo rusos, pero algunos tenían apellidos ucranianos», cuenta. «En 1914 llegaron ucranianos en grupos mucho más chicos a Montevideo y les decían que en San Javier había una colonia rusa», así que se incorporaron a ella, dice, citando desordenadamente apellidos rusos y ucranianos de habitantes del pueblo.

Solo algunos mayores siguen hablando ruso junto con el español, como Alejandro Sabelin, de 80 años, cuyo padre nació en San Javier tres meses después de que sus abuelos llegaran de Rusia.

Reconoce que el uso de la lengua «se fue perdiendo». Sus propios hijos lo entienden mejor de lo que lo hablan.

En su modesta casa, bajo el retrato de sus abuelos, este anciano que nunca ha estado en el país de sus antepasados suelta un largo suspiro cuando le preguntan por el conflicto.

«Lamento mucho mucho lo que está pasando, porque es matarse prácticamente entre hermanos», dice. Pero «no voy a dejar de apoyar a Rusia».

Y agrega: «La guerra es algo atroz, lo que está pasando es horrible».

Contenido relacionado

Un pueblo «alemán» en Venezuela que sufre con la pandemia