Bogotá (AFP) – Cae la noche en Bogotá y los jóvenes, algunos vestidos de negro y con maquillaje metálico, avanzan en fila bajo una carpa de música y luces. Antes de sumarse a la fiesta, someten su cocaína, éxtasis o ácidos a un examen rápido para descartar peligrosas adulteraciones.

Un grupo de voluntarios se encarga del testeo, gracias a una autorización oficial que les permite analizar las sustancias que los consumidores portan en las dosis mínimas autorizadas por la ley.

«Hoy vine a testear una sustancia de ácido LSD para (…) saber qué está ingresando a nuestro cuerpo y poder disfrutar responsablemente», dice a la AFP Brian Ramírez, un universitario de 24 años que acude por primera vez al servicio.

«Échele Cabeza» es una iniciativa que comenzó en 2014 y tiene como imagen un cerebro de colores partido en dos. El nombre proviene de la expresión informal «darse en la cabeza» (ingerir drogas) y pretende promover un consumo responsable.

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El país que más produce y exporta cocaína en el mundo despenalizó en los años noventa el porte y consumo de la dosis mínima. Antes, si alguien era sorprendido con pequeñas cantidades de estupefacientes podía ir a prisión y recibir tratamiento forzado contra la adicción.

El gobierno conservador del presidente Iván Duque quiso atacar el aumento del microtráfico devolviéndole facultades a la policía para decomisar la dosis mínima. Pero la justicia ratificó el derecho de los consumidores.

«Hemos regulado desde abajo la manera de consumir drogas, desde una lógica del placer, no desde el delito ni de la persecución», asegura el sociólogo Julián Quintero, fundador de la iniciativa.

En 2013, un 3,5% de los colombianos aseguraron haber tomado sustancias ilegales alguna vez en su vida. Para 2019, la cifra saltó al 9,7%, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). No existen estudios recientes sobre consumo.

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La decisión –

Aunque abundan las denuncias de abusos policiales, la iniciativa ganó espacio en fiestas, conciertos y festivales, cuyos organizadores financian los test. El programa también cuenta con una sede en Bogotá donde cada prueba cuesta casi cuatro dólares y recibe recursos de una ONG que hace consultorías sobre el tema.

Actualmente realiza hasta 250 test al mes en Bogotá y otras ciudades, según sus responsables.

En la fiesta, una bandera fucsia y verde sobre fondo negro advierte de la presencia de los voluntarios de «Échele Cabeza«, algunos de ellos confesos consumidores.

Liman pastillas de éxtasis o recortan papeles con ácido y luego sumergen las muestras en líquidos reactivos que se tornan violeta oscuro al detectar MDMA (una anfetamina que es el principio activo del éxtasis) o la dietilamida de ácido lisérgico, un alucinógeno popular e ilegal conocido como LSD.

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También analizan cocaína, a la que agregan reactivos y centrifugan para determinar su pureza.

Ante un resultado positivo, asesoran al consumidor sobre la dosis recomendable y posibles efectos secundarios. Uno negativo, en cambio, alerta sobre una posible adulteración y entonces el consejo es unánime: «Bota esa droga».

«Siempre me he sentido con la curiosidad de testear y decir: ‘de verdad lo que estoy consumiendo es algo que es legítimo'», dice Ramírez, quien asegura haber tenido episodios de «manía» por pastillas de éxtasis adulteradas.

Hoy sabe que el papel que compró en el mercado negro contiene LSD. «Queda en uno tomar la decisión de sí o no consumir eso», agrega.

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Testeo insuficiente –

Pese a la persecución, Colombia produce cocaína y marihuana en cantidades industriales para su exportación.

Pero en un fenómeno relativamente nuevo, violentas mafias crearon un mercado interno de bajos precios y menor calidad conocido como microtráfico.

Si bien la marihuana y la cocaína siguen siendo las más populares, están en auge los sintéticos como el éxtasis, en su mayoría importados desde Europa. En Bogotá, las incautaciones de este componente pasaron de 519 pastillas en 2015 a 54.431 en 2019, según el ministerio de Justicia.

Y el testeo no protege del todo a los consumidores.

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«Las pruebas colorimétricas tienen un gran sesgo: una sustancia puede ser opacada por la otra», advierte Diana Pava, toxicóloga del Grupo de Investigación de Sustancias Psicoactivas de la Universidad Nacional de Colombia.

Las drogas del mercado negro también «pueden tener otras sustancias químicas como medicamentos, productos de aseo y limpieza o incluso plaguicidas (…) que no está detectando esa prueba».

«Tenemos que hacer metodologías más robustas», explica la toxicóloga. «Siempre las personas piensan: si me da taquicardia, si me da un infarto, si me da una lesión cerebral ¿Pero qué pasa con mi salud mental? A esa hay que ponerle mucha atención», advierte.

A veces, el testeo detecta que pastillas comercializadas como éxtasis o supuestos cristales de MDMA en realidad contienen otros estimulantes que pueden resultar fatales.

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Mateo Pineda, un psicólogo de 28 años, relata que cuando consumió sustancias adulteradas se sintió perdido, sin «saber quién» era. El joven llevó al servicio una muestra de supuesta MDMA que lo mantuvo despierto durante 72 horas.

«Nos confirmaron las sospechas: eran metanfetaminas, no era MDMA».

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