Paquimé (México).- Arqueólogos y genetistas de México y Estados Unidos han revelado un hallazgo sin precedentes tras el análisis del genoma de un niño que vivió en la antigua ciudad de Paquimé, ubicada en Casas Grandes, Chihuahua.
El infante, que tenía entre 2 y 5 años al momento de morir, fue posiblemente sacrificado hace más de 500 años como parte de un ritual. El estudio, publicado en la prestigiosa revista Antiquity de la Universidad de Cambridge, determinó que los padres del niño estaban estrechamente emparentados, compartiendo entre el 25% y el 50% de su ADN, lo que sugiere una relación de segundo grado como medio hermanos o tío y sobrina.
Destacados especialistas, incluyendo al investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), José Luis Punzo Díaz, firmaron el trabajo interdisciplinario.
La investigación se enmarca en el Proyecto de Investigación de Poblaciones Antiguas en el Norte y Occidente de México, cuyo objetivo es entender la dinámica poblacional a lo largo del tiempo en estas regiones mediante el análisis de ADN antiguo.
Entre los participantes se encuentran genetistas y antropólogos de la Universidad de Harvard, la Universidad de Montana, la Universidad Brigham Young, la Universidad de Nuevo México y la Universidad Estatal de Pennsylvania.
Uno de los mayores logros del estudio fue la extracción exitosa de datos genómicos de restos humanos hallados en Paquimé, una tarea antes imposible debido al efecto destructivo del calor extremo sobre el ADN antiguo.
El arqueólogo Charles DiPeso descubrió originalmente la osamenta analizada, identificada como Entierro 23-8, entre 1959 y 1961 en la Casa del Pozo. Esta es una estructura ritual donde también se encontraron objetos de turquesa y evidencia de un golpe letal en el cráneo del niño, lo que refuerza la hipótesis de un sacrificio intencional.
La recuperación del ADN del infante permitió secuenciar su genoma y cotejarlo con una base de datos que incluye a 609 individuos antiguos de América y 170 modernos. Los resultados mostraron que el niño compartía una notable afinidad genética con poblaciones nativas del noroeste de México y suroeste de Estados Unidos, especialmente con los o’odham (pima) actuales.
Esto confirma que los habitantes de Paquimé formaban parte de un entramado cultural amplio que se extendía por regiones hoy separadas por fronteras nacionales.
El descubrimiento más interesante del estudio fue el análisis de las «rachas de homocigosidad» (ROH), que son partes del genoma donde los fragmentos heredados de la madre y el padre son iguales. Esto ocurre cuando ambos padres tienen un antepasado común reciente.
El uso de una herramienta analítica avanzada llamada hapROH reveló niveles inusualmente altos de homocigosidad, lo que indica que los padres del niño estaban emparentados de manera cercana. Este nivel de parentesco se sitúa entre los más altos registrados en la América Antigua.
El equipo científico plantea que el contexto funerario, los objetos de prestigio, el golpe intencional en el cráneo y el parentesco estrecho son indicios de un ritual llevado a cabo por una familia de élite. Esta ceremonia habría tenido como fin reforzar su estatus social durante el apogeo de Paquimé, entre los años 1200 y 1450 d.C. Así, el sacrificio del infante no sería un acto aislado, sino parte de una estrategia simbólica y política.
La relevancia del descubrimiento trasciende el caso particular del niño de la Casa del Pozo. Por un lado, abre nuevas posibilidades para el estudio genético en zonas áridas donde se creía imposible recuperar ADN útil. Por otro, ofrece una ventana al pensamiento y las estructuras sociales de una civilización mesoamericana poco comprendida, que tuvo vínculos con pueblos de lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos.
La combinación de arqueología y genética ha hecho posible reconstruir, con una gran precisión, la historia de una vida corta, marcada por un sacrificio que intentaba mantener el poder de una vieja élite.