Málaga (España) (AFP) – La cineasta venezolana Anabel Rodríguez desembarcó este viernes en el Festival de Málaga con su documental «Érase una vez en Venezuela, Congo Mirador», una reflexión acerca de cómo se puede sobrevivir y crear en su país pese a sentirse «aplastado» por las circunstancias.

«Existe una responsabilidad en el ciudadano, así uno se sienta muy chiquito y muy aplastado por el totalitarismo», afirma esta realizadora caraqueña de 44 años en una entrevista con AFP.

Su primer largometraje documental despliega la lucha por la supervivencia en Congo Mirador, un paupérrimo poblado de casas construidas sobre pilotes, en las aguas del petrolero lago Maracaibo (noroeste).

Su futuro inmediato está amenazado por la sedimentación, un fenómeno atribuido al cambio climático, generador de contaminación y que destruye el modo de vida de los pescadores locales.

La cinta es el fruto de cinco años de trabajo con los congueros, a los que conoció ya en 2008 realizando un documental televisivo acerca del sobrecogedor fenómeno natural que domina los cielos en este lado del lago Maracaibo: los relámpagos silentes del Catatumbo.

La polarización política sobrevuela todo el relato, y queda simbolizada en dos personajes antagónicos: Tamara Villasmil, representante del chavismo en Congo, y Natalie Sánchez, maestra de escuela y opositora a la que el poder presiona para que se marche.

Pero por encima de esta rivalidad, el afán común de los vecinos es «querer salvar el pueblo y la propia existencia», sin «perderse en este conflicto de la polarización» política que atenaza toda Venezuela.

«Hay un interés común que afecta la existencia misma de ellos, de eso se trata, y para mí es central porque nosotros nos reflejamos en eso», explica Anabel Rodríguez quien, agobiada por las dificultades económicas y la inseguridad en las calles, decidió en 2012 migrar e instalarse en Viena con su hijo.

La cinta será proyectada hacia el mes de octubre en salas comerciales en España.

En Venezuela se espera hacer proyecciones en sala. Aunque «nuestra gran apuesta es hacer proyecciones comunitarias en espacios públicos», con ayuda de la organización pro derechos humanos PROVEA, para que la película sirva de «disparador para una discusión política» antes de las elecciones parlamentarias anunciadas para diciembre por el chavismo, explica la cineasta.

La cinta fue proyectada en competencia oficial a comienzos de año en Sundance (EEUU) y cuenta con fotografía de John Márquez («Pelo malo»).

Compite con otras 15 en la sección oficial de largometrajes documentales en el festival que se celebra hasta el domingo en Málaga, en el sur de España.

La corrupción se tornó «un valor»

La película reflexiona también sobre la corrupción, cristalizada en el personaje de Tamara, a quien se ve comprando votos a cambio de comida y dinero.

Una figura matriarcal que entronca con el personaje de «Doña Bárbara», la protagonista de la novela de Rómulo Gallegos, y que representa «a una gran cantidad de venezolanos que, parte por fe ciega, parte por oportunismo, dimos nuestra responsabilidad y todo el poder a un militar, a un caudillo», añade Rodríguez, recordando cómo en la elección presidencial de 1998 votó a Hugo Chávez.

«Mi aprendizaje después de hacer esta película, muy doloroso, es haberme dado cuenta de que la corrupción se nos volvió un valor. Y ése es uno de los grandes problemas que nos tocará a nosotros en la reconstrucción del país», añade Rodríguez, también directora de un cortometraje sobre Congo Mirador, «El galón» (2013).

Pese al marasmo político y económico y la emigración de millones de familias venezolanas, Anabel Rodríguez afirma con una sonrisa tener una «fe ciega» en que existe un camino para recuperar la «dignidad».

«Veo por ejemplo a nuestros coproductores en Venezuela que tienen una empresa audiovisual», quienes trabajan en Caracas con cortes de agua y penurias, y «veo que continúan y logramos hacer esta película gracias a que ellos están allí».

«Quiero creer que si bien no son acciones de partido que solucionen el problema macro, se están creando esos espacios que hacen que la vida todavía continúe, así sea en dictadura».

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