Cayambe (Ecuador) (AFP) – El ordeño de las vacas en la oscuridad de la madrugada. Ya con el amanecer, el azadón abriendo surcos en la fértil tierra negra y laboriosas manos cosechando evidencian que indígenas y campesinos de Ecuador retornaron a la paz del campo.

Sus rostros, pasposos por el frío del páramo, lucen contentos tras lograr que el gobierno derogue un decreto que eliminó subsidios a combustibles, medida que desató la peor crisis social de la última década en la que lideraron las protestas.

«Todo quedó botado (en el campo); era preferible perder ahora doce días (que duró la crisis) que perder la vida», dijo a la AFP Luis Churuchumbi, un pequeño agricultor y ganadero de Cariacu, una aldea del norte de la localidad andina de Cayambe (a 50 km al norte de Quito).

Churuchumbi, un dirigente del pueblo aborigen kayambi de 49 años y a quien el cargo de alcalde de Cayambe no lo aleja del campo, movilizó a las bases indígenas y campesinas de su zona.

«Antes nos comunicábamos con churos o bocina. Ahora todo es por Facebook y WhatsApp», anota al agradecer que la tecnología le permite «reunir a la gente más rápido para cualquier minga», o trabajo conjunto entre vecinos, que incluye ir a protestar.

Los indígenas representan el 25% de la población de 17,3 millones y son el sector más pobre de Ecuador.

– A Quito en minga –

Con la subida de los precios en hasta 123% de los combustibles, los kayambi acordaron en asamblea -la instancia en la que toman todas las decisiones- declararse en movilización permanente y marchar juntos, como si fuera una minga, hacia Quito para rechazar la eliminación de subsidios pactados con el FMI para que Ecuador acceda a créditos por 4.200 millones dólares.

Unos salieron para bloquear carreteras y otros, por cientos, para protestar en la capital, en medio del estado de excepción y luego toque de queda y militarización.

Atrás quedaron «los guaguas (niños en quichua), el campo, los animalitos», dijo Blanca Rojas, de 45 años.

En Quito los manifestantes llegaron a asediar la casa de gobierno, a ocupar de manera momentánea el hemiciclo legislativo, a asaltar e incendiar el edificio de la Contraloría del Estado y a atacar instalaciones de medios de comunicación. Los indígenas deslindaron responsabilidad al señalar a «infiltrados».

A nivel nacional, las protestas dejaron ocho muertos, 1.340 heridos y 1.192 detenidos, según la Defensoría del Pueblo.

En otra comunidad aborigen, la vecina Cangahua (a unos 3.000 metros de altura), solo quedan anécdotas de los fuertes choques con policías y militares que llegaron a sus puertas.

El aire de desconfianza que indígenas y labradores mostraron en las protestas no está más. Pisando sus tierras, con botas de caucho, se sienten seguros. Se muestran afables y cordiales mientras decenas participan codo a codo en mingas para cosechar y construir un pozo.

– «Presentes en la lucha» –

Arturo Acero comenta con humor que una bomba lacrimógena rompió una ventana de su casa, al filo de Cangahua, que por ahora la tiene tapada con papel para que «no entre el frío».

«De todo me llovió en la casa como piedras y palos», refirió este campesino de 27 años mientras cosecha cebolla de largos y verdes tallos.

Acero dice haberse dedicado toda su vida a la agricultura, que le ha permitido costearse la educación.

«Con esto me eduqué», dice al cargar con orgullo un atado de cientos de cebollas por el que apenas le pagan 60 centavos de dólar en su terreno y que en los mercados de las ciudades multiplica su precio hasta en 20 veces.

Como todos, Acero estaba preocupado de que con el alza de combustibles los intermediarios le paguen menos. «Ya ofrecían solo 30 centavos y preferí no cosechar».

«Como indígenas somos resistentes y nadie no nos bajará (derrotará)», expresa Dionicio Salazar, otro nativo de Cangahua que se desplazó a Quito hasta que el movimiento indígena lograra el acuerdo con el propio presidente Lenín Moreno para que los precios de combustibles volvieran a como estaban antes.

«Somos de la tierra, de donde nacimos, de donde producimos, y nosotros siempre estaremos ahí, presentes en la lucha», enfatiza este agricultor de 35 años.

Tras ordeñar y entregar la leche en un centro comunitario de acopio, Churuchumbi se muestra cauto por lo que se le viene al petrolero Ecuador y con problemas de liquidez.

«Aquí gana el Ecuador, gana el país», señala uno de los diez alcaldes indígenas del país, con 223 cabildos, anotando que hay que «iniciar un nuevo proceso de debate, de discusión sobre el modelo económico para el Ecuador».