Sao Paulo (AFP) – «Aquí tenemos tomillo, albahaca, cúrcuma, tres tipos de menta, lavanda y pronto tendremos fresas», dice Lia con orgullo, en un inventario botánico sorprendente en la «favela verde» Vila Nova Esperança, ubicada a las afueras de la congestionada megalópolis de Sao Paulo.

En medio de un gran huerto, esta mujer de 57 años instruye a un joven que lleva una carreta cargada con la tierra roja sobre la que crece de todo: papaya, plátanos, buganvilias fucsias y hortensias rosadas.

«También tenemos muchas plantas medicinales», cuenta Lia, desde hace diez años líder elegida de su comunidad. En este huerto ecológico también hay un rico invernadero, con plantas en macetas y un compost.

La «favela verde» reutiliza todo lo que puede y trata de atenerse a la ética de la permacultura. A una hora del centro de Sao Paulo, la comunidad de Vila Nova Esperança, erigida sobre un morro que domina la exuberante mata atlántica, busca respetar el medio ambiente, ser autosuficiente y compartir.

Todo ello pese a que tiene mucho en común con las otras 1.650 favelas de la gran Sao Paulo, con huecos en el asfalto, casas sin terminar y calles con sofás destruidos y bolsas de plástico volando.

Sin embargo, Vila Nova Esperança ha recibido varios premios por su propuesta ecológica. En esta comunidad de 3.000 residentes, «Lia la esperanza» -como también se la conoce en la favela- ha construido su sueño.

Vila Nova Esperança, una favela verde en la congestionada Sao Paulo
Lia de Souza recoge a mano limpia barro que lanza sobre la pared de una pequeña ludoteca en construcción para los niños de la favela
© AFP Nelson ALMEIDA

– «Preservar la naturaleza» –

Lia, cuyo nombre completo es Lia de Souza, recoge a mano limpia el barro que lanza sobre la pared de una pequeña ludoteca en construcción para los niños. El barro, una mezcla de arcilla y cemento, sustituye a los ladrillos.

«Esta construcción es sustentable y más barata. Conserva la naturaleza», explica la mujer, de rostro radiante y manchado de tierra ocre. También se usan materiales reciclados, cuenta.

«Es bueno trabajar para hacer mejor este lugar», dice Everaldo Casimiro Santos, quien ayuda a construir la ludoteca.

En 2003, «cuando llegué a Vila Nova Esperança, no había nada», recuerda Lia.

«Hoy tenemos un circo-teatro, una biblioteca para aportar cultura a los habitantes, una cocina comunitaria, un lago donde los niños se pueden bañar. Y este huerto que no para de crecer».

Rodrigo Calisto, un ingeniero civil que ayuda a Lia, muestra un hueco hecho con piedras donde se instalará un criadero de peces tilapias, que a su vez ayudarán comiéndose los mosquitos.

Es una idea para combatir «los problemas de dengue», explica el joven voluntario, que puede movilizar a una treintena de personas para trabajar en la favela los fines de semana.

Apilando grandes sacos de naranjas llenos de tierra, construyen muros de contención para evitar los recurrentes deslizamientos durante la época de lluvias. «Es un problema general en Brasil, porque la mayor parte de las comunidades están sobre morros», explica Calisto.

Este ingeniero también ayudó a instalar un sistema para aprovechar el agua pluvial.

Vila Nova Esperança, una favela verde en la congestionada Sao Paulo
La líder comunitaria Lia de Souza (i) y el residente de Vila Nova Esperança Robson Pereira (d) trabajan en la huerta
© AFP Nelson ALMEIDA

– «Educar a los habitantes» –

«Para mí es una alegría que la naturaleza nos enseñe cómo vivir. No necesitamos ir a la universidad», exclama Lia.

Pero el camino que recorrió esta ex florista de Bahía (nordeste de Brasil) no fue tapizado de rosas.

Llegó a la favela en 2003 huyendo de un esposo violento. La comunidad carecía de todo, hasta de electricidad, pero rápidamente topó con las autoridades locales.

«En 2006 descubrí que había un proceso para sacar a las familias» de la zona, acusadas de «degradar el lugar, donde querían crear un área de protección ambiental».

Cinco años después, la comunidad resistió a «más de 30 policías armados» y vestidos de civil que llegaron a «expulsar a todo el mundo a golpes y con gas pimienta», cuenta Lia.

La gente de la CDHU «me ofreció [dinero] para que me vaya de aquí», recuerda, refiriéndose a la Compañía de Desarrollo Habitacional y Urbano del estado Sao Paulo.

Posteriormente, Lia quiso brindar «educación ambiental» a sus vecinos y «enseñar a los residentes a cultivar sus propios alimentos».

Vila Nova Esperança también debe enfrentar la falta de recursos, donde uno de cada cinco habitantes es desempleado. La alcaldía otorgaba «un bono de 1.050 reales al mes (244 USD) para remunerar un salario de seis horas (de trabajo diarias), pero pronto lo cortarán», afirma Lia.

«Si el bono se acaba va a ser duro, pero no vamos a parar de trabajar» dice esta mujer que sin embargo se entristece por la falta de entusiasmo de algunos vecinos con el proyecto.