o de Janeiro (AFP) – Al llegar al club barrial, Tiago Rosa cuelga una bandera arcoíris en la pared: está por empezar el ensayo de su escuela de samba, Bangay, que se define como la primera ‘escola’ LGTB del carnaval de Rio de Janeiro.

Con sus coloridos trajes de lentejuelas, su animada batería (conjunto) de percusiones y una alta dosis de samba en las caderas, esta agrupación nacida en el barrio Bangú, en el oeste de Rio, se parece a muchas otras escuelas de samba de Rio.

Pero lo que la distingue es que sus integrantes son «90% LGTBQIA+», explica a la AFP su fundadora y vicepresidenta, Sandra Andréa dos Santos.

Mujer heterosexual casada con un policía, dos Santos tuvo la idea de crear en 2016 un ‘bloco’ callejero de carnaval, llamado Bangay Folia, que diera a sus amigos LGTB, que normalmente trabajan en los bastidores del famoso Sambódromo, un espacio propio para brillar.

El año pasado, transformaron el ‘bloco’ en una escuela de samba que competirá por primera vez en la quinta y última división del concurso oficial, desfilando en una avenida de Rio el jueves, la víspera de que inicie el gran espectáculo del Sambódromo.

«Somos la primera escuela LGTB (en Rio). Detrás de las cámaras, quienes no aparecen, quienes hacen los disfraces, las carrozas, son en su mayoría LGTB, y esas personas no son vistas, no tienen su debido espacio dentro del carnaval», reivindica Tiago Rosa, asistente de dos Santos en la dirección creativa.

En el último ensayo antes del gran estreno, la drag queen Louise Murelly porta con elegancia con su 1,90 m de altura la bandera de Bangay. Con la cabeza erguida y una amplia sonrisa, recorre la pista girando a gran velocidad, cortejada por su compañero de baile.

A pocos metros, un grupo de bailarinas, varias de ellas transexuales, se agita con gracia al ritmo de la batería de percusiones, que es comandada por una mujer, algo raro en el rubro.

El rey y el príncipe del bloco, así como varios directores de la escuela, entre otros miembros, son homosexuales.

«¿Por qué la comunidad LGTB no puede brillar también en el frente, en vez de solo en los bastidores?», dice Murelly, empuñando con orgullo la bandera de Bangay, cuyo símbolo es un tigre blanco porque «representa la suma de todos los colores».

Poca financiación y muchos prejuicios –

Por desfilar en la última división, Bangay no recibe dinero de la alcaldía y debe arreglárselas con donaciones, trajes reciclados y recursos propios.

Y a la dificultad económica se suman las barreras fruto del prejuicio.

«Cuando desfilamos en la calle por primera vez como ‘bloco’ hubo personas orinando sobre nuestros integrantes, jalándoles el cabello, riéndose», ilustra dos Santos, quien se emociona hasta las lágrimas cuando habla de la violencia sufrida por la población LGTB en Brasil.

En 2021, 140 personas trans fueron asesinadas en el país, según la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales de Brasil.

«Eso tiene que acabar», suplica dos Santos con la voz quebrada.

«El hecho de que el presidente (Jair Bolsonaro) sea una persona homofóbica y racista, lo hace más difícil», declara esta mujer negra, de larga cabellera rizada.

Pero Bangay «está aquí para eso: para mostrar que todos somos iguales. Es un lugar donde puedes ser quien realmente eres».

Familia Bangay –

A pocos minutos de empezar el ensayo, el camerino improvisado en el baño del Club Recreativo de los Industriales de Bangú es un alboroto de bailarines ayudándose a calzar sus trajes brillantes, tacones y a maquillarse.

«Bangay no significa solamente carnaval, también es mi familia. Me acogió como a todos los que están aquí hoy», dice Paulo Cardoso, otro asistente de dos Santos, que usa una camisa de terciopelo azul con hombreras brillantes y una capa de tul.

Como los equipos de fútbol, toda escuela de samba sueña con llegar a la primera división: los desfiles del Grupo Especial en el famoso Sambódromo que atraen a turistas del mundo entero.

Pero para ello, Bangay necesita patrocinios y al menos un lugar propio para ensayar.

«Lo que más quiero en la vida es colocar una escuela de samba gay en el Sambódromo», confiesa dos Santos.

Pero también tiene otro sueño: «Hacer un buen dinero para tener una casa y hospedar a los gays que no tienen donde vivir, cuyas familias no los aceptan».

«Nos queda mucho por delante, pero estamos en la lucha», se consuela.

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