Nueva York (AFP) – La iglesia del padre Fabián Arias en Nueva York está de duelo. Ha perdido 44 feligreses en dos meses debido al coronavirus, el 90% de ellos inmigrantes hispanos.

Pero en medio de la tragedia, este pastor luterano argentino que denuncia las desigualdades exacerbadas por la administración Trump ha montado una red para alimentar a más de 500 familias por semana, que debido al desempleo generado por la pandemia no tienen qué comer.

En un gran almacén del Bronx, una docena de voluntarios de su congregación separan tomates, tortillas y jalapeños y preparan las bolsas que distribuyen cuatro veces por semana en esquinas de la ciudad a quienes se han registrado para recibir alimentos.

El pastor trabaja hace casi dos décadas con una comunidad de 400 inmigrantes latinoamericanos, muchos sin papeles.

Más hispanos han fallecido en Nueva York por COVID-19 que ningún otro grupo racial: 6.072 de un total de más de 21.000 muertes, seguidos de cerca por negros.

Entre los cajones de verduras, de boina negra, guantes de látex y barbijo, el padre Fabián da órdenes en español a los voluntarios, que también son inmigrantes, separa patatas y zanahorias y carga las bolsas en automóviles.

«Nuestra comunidad no tiene para pagar alquileres, no tiene para comida», cuenta a la AFP este sacerdote de 56 años que desde marzo celebra misas en vivo por Facebook desde su casa en el Bronx para miles de personas, muchas más de las que acudían a su iglesia.

En cada misa se lee la larga lista con los nombres de los muertos por coronavirus.

«No queremos que la gente muera en vida, queremos que la gente pueda vivir en dignidad», dice el pastor, que ha celebrado unos 20 funerales para víctimas del virus, incluso en sus propios hogares, cuando la familia no puede pagar una funeraria.

Hasta el obispo luterano Paul Egensteiner pone manos a la obra y reparte la verdura en bolsas tras rezar una oración con los voluntarios en el depósito.

«Retira este virus de la cara de este planeta», pide a Dios el obispo, mientras los voluntarios escuchan de cabeza gacha, las palmas enguantadas alzadas al cielo.

«Lo más triste son los niños»

Más de un millón de neoyorquinos han perdido su empleo desde marzo. Uno de los feligreses voluntarios, Miguel Hernández, exmozo de un restaurante, es uno de ellos.

«La situación es bien difícil. Lo más triste son los niños, que no saben lo que es no tener trabajo. Ellos lo que quieren es comer», dice a la AFP este mexicano de 41 años que tiene tres hijos.

Heidy Ánimas, una joven de 18 años, reparte la comida junto a su padre en East Harlem.

«Andamos ayudando a los que todavía siguen vivos, es importante porque no tienen trabajo y están muy vulnerables», sostiene la estudiante en el inmenso almacén Lucero, cuyo propietario ha donado cientos de cajones de verduras y frutas. Los recursos también provienen del obispado y de donaciones privadas.

En una esquina del Bronx, la fila de personas fuera de la iglesia que aguardan comida es de una cuadra.

«No hay trabajo, no hay dinero, todos estamos aquí por necesidad. Hace falta comida para los hijos», explica María Dolores Haro, una mexicana de 56 años, tras retirar una bolsa de alimentos.

Racionamiento

Frente a su iglesia en el centro de Manhattan, al padre Fabián le tiembla la voz al denunciar el trato de los inmigrantes hispanos, muchos de ellos trabajadores esenciales durante la pandemia, por parte del gobierno de Donald Trump.

«Esta es una comunidad que hace cuatro años viene siendo excluida, maltratada, verbalmente agredida, con leyes que en vez de trabajar por la dignidad trabajan por la exclusión y la separación», dice conteniendo las lágrimas.

Los inmigrantes indocumentados no tienen seguro social ni reciben ninguna ayuda del gobierno, aunque millones pagan impuestos. Muchos temen ir al hospital.

A Luis Varela Rojas, un indocumentado de 41 años que trabajaba en una fábrica de costura y ahora está desempleado, se le han muerto siete amigos y colegas por el virus.

«Habemos muchos con necesidad, hambre y desempleo», dice tras recibir una bolsa de tortillas y huevos en el Bronx.

«A veces no tenemos para comer y nos tenemos que limitar la comida».

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