Tunguska (Rusia).- A primera hora del 30 de junio de 1908, una explosión de origen celeste transformó para siempre una remota región de Siberia. Lo que presenciaron algunos habitantes del actual distrito Evenkiysky, en Krasnoyarsk Krai, fue una bola de fuego surcando el cielo antes de liberar una poderosa onda expansiva que arrasó más de 2.000 kilómetros cuadrados de bosque.

Pese a la magnitud del evento, conocido como el evento de Tunguska, no dejó ningún cráter visible, convirtiéndose en uno de los mayores enigmas astronómicos de la era moderna.

La causa probable fue un objeto espacial —posiblemente un asteroide o cometa de entre 50 y 100 metros de diámetro— que ingresó en la atmósfera terrestre a gran velocidad.

Según los expertos, el cuerpo se desintegró en el aire entre 6 y 10 kilómetros sobre el suelo, generando una explosión aérea tan intensa que arrasó árboles, hirió testigos y provocó incendios en la tundra siberiana. Su potencia ha sido comparada con la de una bomba termonuclear de varios megatones.

Más de un siglo después, el 6 de julio de 2024, el satélite Landsat 8 de la NASA capturó imágenes del área afectada. Sorprendentemente, no se aprecia señal alguna del impacto. Solo se observan frondosos bosques de pinos, ríos serpenteantes y extensas zonas pantanosas.

El misterio del evento de Tunguska la explosión que arrasó Siberia sin dejar cráter
Imagen del Observatorio de la Tierra de la NASA por Michala Garrison, utilizando datos Landsat del Servicio Geológico de Estados Unidos. 6 de julio de 2024

La fotografía incluye etiquetas que marcan el epicentro estimado de la explosión, así como una de las trayectorias propuestas para el objeto celeste, aunque aún no hay consenso científico sobre su dirección exacta.

Los primeros estudios sistemáticos del suceso fueron realizados por el mineralogista soviético Leonid Kulik en las décadas de 1920 y 1930. Durante sus expediciones, Kulik recopiló fotografías y realizó sobrevuelos en los que documentó un patrón radial de árboles derribados y quemados.

Uno de sus registros más célebres, captado en mayo de 1929, muestra el alcance devastador de la explosión, con troncos desmembrados orientados hacia afuera desde el epicentro.

A lo largo de los años, diversos equipos de investigación han intentado reconstruir con mayor precisión la forma y extensión del área de impacto, a menudo descrita como una zona en forma de mariposa. También se han identificado indicios físicos como fragmentos minerales, cuarzo impactado y anomalías en los anillos de crecimiento de árboles que podrían vincularse al evento.

Una de las teorías más populares —aunque controvertida— sugiere que el cercano lago Cheko podría haberse formado por el impacto de un fragmento del objeto. Sin embargo, otros estudios refutan esta hipótesis, argumentando que el lago tiene una antigüedad mayor a la del evento de 1908.

Lo más desconcertante del Evento de Tunguska es la ausencia de un cráter. A diferencia de otros impactos históricos que han dejado huellas visibles, como el cráter de Chicxulub en México, responsable de la extinción de los dinosaurios, Tunguska parece haber desintegrado por completo el cuerpo entrante antes de tocar tierra.

Este hecho ha mantenido viva la discusión entre astrónomos, geólogos y físicos durante más de 100 años.

En paralelo a estos debates, la vigilancia de objetos cercanos a la Tierra ha cobrado protagonismo en el ámbito científico. Para que un cuerpo celeste sea clasificado como near-Earth object (NEO), su órbita debe situarse a menos de 1,3 unidades astronómicas del Sol. 

Según la base de datos de la NASA, en junio de 2025 había más de 38.000 asteroides registrados bajo esta categoría, cifra que crece aceleradamente gracias a nuevos sistemas de observación.

Uno de los avances más notables provino del Observatorio Vera C. Rubin, que en julio de 2025 anunció el descubrimiento de 2.104 nuevos asteroides en solo unos días, incluidos siete que califican como NEOs. Se espera que, gracias a su cámara digital de altísima resolución, el observatorio identifique millones de cuerpos adicionales en los próximos años, mejorando significativamente nuestra capacidad de anticipación ante potenciales amenazas.

En respuesta a estos riesgos, la NASA creó en 2016 la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria, dedicada a la localización, seguimiento y análisis de objetos que puedan representar un peligro para la Tierra. Aunque la mayoría de los NEOs identificados no presentan riesgo de colisión, el recuerdo del Evento de Tunguska funciona como un recordatorio de que las amenazas espaciales, por improbables que parezcan, pueden tener consecuencias devastadoras.

Así, más de cien años después, la misteriosa explosión sobre los cielos de Siberia no solo alimenta la curiosidad científica, sino que refuerza la urgencia de monitorear los cielos con rigor. Sin un cráter que cuente su historia, el Evento de Tunguska permanece como una advertencia muda, pero poderosa, de lo que puede ocurrir cuando el cosmos decide mirar hacia la Tierra.