Sao Gonçalo (Brasil) (AFP) – Cocoteros, arena fina, 30 grados a poco del invierno y el sonido de… ¡gaitas de Escocia! La curiosa escena transcurre en una playa cercana a Rio de Janeiro de la mano de una banda de jóvenes brasileños con las tradicionales ‘kilts’.
Davi Portugal, de 11 años, sostiene con el brazo extendido el instrumento casi tan grande como él. A cada respiración, sus mejillas se hinchan como pelotas de tenis.
«Me gusta el sonido, es hermoso y es diferente a todo lo que había escuchado antes», dice a la AFP este joven, que sueña con unirse a la Marina.
Con su hermano Caio, de 14 años, forma parte de la banda de la escuela Vieira Brum de Sao Gonçalo, un suburbio pobre de Rio, donde la gaita aporta un toque exótico.
«La primera vez que vi a alguien tocar la gaita no me dieron ganas porque me pareció raro tener que ponerme una falda… En este país hay prejuicios», dice Jhonny Mesquita, de 32 años, director de la orquesta de la escuela.
«Pero después me enamoré de este sonido. Cuando conocí la historia de este instrumento, lo que representa para los escoceses, se convirtió en una verdadera pasión», agrega.
«El Pelé de la gaita» –
Mesquita rastreó su pasión hasta sus orígenes durante un viaje de dos semanas a Escocia en 2017.
En un video, se le ve en un estadio de Aberdeen (noreste), tocando «Asa Branca», una famosa melodía brasileña, mientras exhibe su destreza con un balón de fútbol.
«Tuve un éxito muy loco, los diarios locales me llamaron ‘El Pelé de la gaita'», cuenta orgulloso este mestizo de pelo corto, que viste como los demás integrantes del grupo una falda escocesa roja, negra y blanca, boina negra, chaqueta azul marino y un pequeño morral de cuero.
Mesquita es una pequeña celebridad en Sao Gonçalo: es profesor de música en colegios, ha tocado la gaita en programas de televisión y hasta en el prestigioso Teatro Municipal de Rio.
Pero lo que más le enorgullece es ver cómo jóvenes de barrios desfavorecidos se interesan por la música gracias a este instrumento tan peculiar.
«La esencia de nuestro proyecto es ocupar la mente de estos jóvenes para que se alejen de las drogas y la marginalidad», explica.
También está al frente de la asociación Brasil-Escocia, un colectivo de 18 gaiteros que también actúan «donde la gente no quiere ir», particularmente en instituciones penitenciarias para menores.
Nuevos horizontes –
Mesquita aprendió a tocar la gaita a los 15 años, en la escuela Vieira Brum, gracias a un militar que tocaba en un grupo de la Armada y decidió dar clases a universitarios.
Desde entonces, se hizo cargo y transmitió ese conocimiento a las nuevas generaciones de brasileños que visten con orgullo la falda escocesa.
Con un presupuesto acotado, su ingenio es vital para cubrir las necesidades de la asociación.
«La mayoría de las gaitas nos las regalaron, sobre todo, simpatizantes extranjeros. Los ‘kilts’ los hace la madre de un integrante del grupo», cuenta Mesquita.
La asociación fue invitada a un festival en julio en Bélgica, en la primera propuesta a un grupo brasileño, pero el costo de los boletos de avión les forzó a declinarla.
El «Pelé de la gaita» se consuela al ver que este instrumento ha abierto nuevos horizontes a sus alumnos: «Jóvenes que parecían privados de un futuro prometedor han ganado becas, otros tocan en las bandas militares».
«Es conmovedor ver a mi hijo tocar. Por ahora toca la pandereta, pero sueña con tocar la gaita. Es muy esmerado y sus notas incluso han mejorado en otras materias», dice Alice Cortes da Silva, exalumna de la escuela, orgullosa de que su hijo de nueve años integre la banda de música.
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