Sao Paulo (AFP) – Inseguridad, desempleo y déficit habitacional: la AFP reunió en Rio de Janeiro, Brasilia y Sao Paulo testimonios sobre problemas cruciales que enfrentan los brasileños que deberán elegir a su nuevo presidente el 7 de octubre.

Avelino de Souza, barman asaltado en Rio de Janeiro

Avelino Barcellos de Souza, de 47 años, es copropietario del Bar de la Foca, situado cerca de varias universidades en el barrio de clase media de Botafogo.

«En quince años mi bar nunca fue asaltado, pero en marzo nos ocurrió dos veces en dos semanas.

«La primera vez fue pasada la medianoche, había cerca de quince clientes. Un carro se detuvo frente al bar y cuatro jóvenes bajaron, todos armados. Uno me apuntó a la cabeza.

«Dos semanas más tarde, dos personas llegaron en moto y robaron los celulares de los clientes en menos de cinco minutos. La clientela se redujo un poco y tuve que cambiar mis hábitos.

«Dejé de abrir los lunes, que era un buen día, y a menudo cierro alrededor de las 22H30 y ya no de madrugada como acostumbraba, por motivos de seguridad.

«En Rio, los Juegos Olímpicos de 2016 generaron mucha expectativa, una especie de burbuja se formó con un fuerte aumento de los precios de la vivienda, pero después estalló la burbuja. Con todos los errores cometidos por los gobernantes, cayó el poder adquisitivo de la gente. En el vecindario, nunca estuvimos tan mal.

«Votar siempre ha sido una fuente de orgullo para mí, pero admito que, por primera vez, estoy desmotivado».

Silvana da Cruz, desempleada en Brasilia

Silvana da Cruz, de 36 años, vive en Brasilia e integra la estadística de 12,7 millones de brasileños en busca de un empleo.

«Auxiliar de servicios generales, supervisora en panadería, en  supermercado, recepcionista ¡cualquier cosa que aparezca!», explica esta mujer de 36 años, lentes de marco grueso y una larga cabellera lacia.

Nacida en la minúscula localidad de Girassol, en Goiás (centro-oeste), recibió su último salario hace cinco años: trabajaba como encargada en una panadería en Vicente Pires, una de las «ciudades satélite» de la capital del país, y renunció para priorizar su seguridad.

«Quise salir (del trabajo). Llevaba muchos años allí y vivía muy lejos del trabajo [50 km]. Dije ‘voy a darme un tiempo, descansar un poco’, porque estaban ocurriendo muchos asaltos dentro de los autobuses; yo trabajaba por la tarde y llegaba muy tarde a casa».

Pero cuando quiso volver al mercado, ya era demasiado tarde. La recesión había tomado cuenta del país y hallar un empleo se volvió un lujo.

La distancia entre su casa y Brasilia le toma casi dos horas de trayecto y dificulta aún más la búsqueda.

Silvana vive con su familia extendida: padres, esposo y dos hijos adolescentes. «Gracias a Dios» su hija mayor, de 19 años, consiguió un empleo como asistente de odontología en Girassol.

Es la primera vez que recurre a una agencia gubernamental para tratar de salir de la estadística. «Dejas un formulario y después ves si te llaman. Estoy esperando».

Diane Batista, ocupa en Sao Paulo

A veces me preguntaba cómo una persona termina viviendo en la calle, y llegué muy cerca de eso: te quedas desempleada, tienes que pagar alquiler, el dueño de un inmueble no entiende si estás desempleada o si tienes hijos. Tienes tal día para pagar y si no lo haces te quedas sin casa», cuenta conteniendo las lágrimas Diane Batista, que vivió ese ciclo este año cuando ella y su marido perdieron sus empleos.

Con cuatro hijos, Diane, de 35 años, se quedó sin empleo al quedar embarazada. Vivía en una casa de una habitación en un barrio de la periferia de la ciudad. El alquiler consumía un tercio del ingreso familiar y el cuidado diario de los hijos otro tercio.

La familia reside ahora en la ocupación Mauá, en el centro de la mayor ciudad de América Latina. La ocupación está administrada por tres movimientos de lucha por la vivienda. Diane comparte el pequeño espacio con tres de sus hijos y su marido que, mientras busca empleo, trabaja en el sector informal. El hijo mayor del matrimonio vive con la abuela materna.

Unas 6,35 millones de familias brasileñas no tienen casa o viven en condiciones precarias, según un estudio de 2015. El estado de Sao Paulo es el que más contribuye con esa estadística, con un déficit de 1,3 millones de viviendas.

«A pesar de tener un poquito de estudio y experiencia laboral, nos quedamos prácticamente sin tener donde vivir», cuenta Diane, que no ahorra en agradecimiento al movimiento social que la recibió junto con su familia en el edificio Mauá. «Ésta fue la forma de sobrevivir en Sao Paulo».