Paradise (Estados Unidos) (AFP) – «No podía dejar a mi madre», dice Brad Weldon en un oasis de verdor en medio del horror en que se convirtió la ciudad de Paradise por el fuego. Salió vencedor en una dura batalla.

Las autoridades ordenaron el jueves pasado la evacuación para los cerca de 26.000 habitantes de este pueblo azotado por el incendio más letal en un siglo en California, con 44 muertos.

Weldon, un carpintero retirado de 63 años, tenía a su madre en casa, una anciana ciega de 90 años postrada en una cama.

«No quería irse a ninguna parte, así que nos quedamos y combatimos el fuego y menos mal que lo hicimos», dice a la AFP Weldon con una camiseta negra y en la cabeza un pañuelo con los colores de la bandera estadounidense. «Es una de las casas que queda en pie, amigos perdieron todo».

La batalla se luchó día y noche con un ejército de dos: un joven de 26 años que vive en su casa y él.

Sus armas: cubetas, una piscina y mangueras.

«Combatimos con mangueras de jardín por seis o siete hora antes de tener que que volver a las cubetas, puede que ocho horas. Todo el jueves», indica.

– «Estaré más listo» –

Cuando ordenaron la evacuación, ¿trató de razonar con su madre para salir?

«Sí, ¡me mandó a la mierda! Así de directo. ‘De acuerdo má, lo combatiremos’. Y así lo hicimos, nada mal para un par de tipos», recuerda mientras se felicita.

Weldon, nacido y críado en la región, asegura que ha sobrevivido a varios incendios forestales.

«Nuestra casa se quemó un par de veces cuando era niño», señala. «Estábamos preparados pero nunca para esto, Dios nos ayudó, teníamos ángeles cuidándonos», dice mientras describe el gigantesco fuego alimentado por vientos de hasta 100 km/h. «Todas estas casas se quemaron al mismo tiempo, todas con la misma ola de fuego», añade señalando algunas casas vecinas hechas cenizas.

Y «la próxima vez», asegura, «estaré más listo».

«¡Es increíble, fue valiente! Pero al mismo tiempo asumió un riesgo inmenso tratando de salvar su casa», señala por su parte Norm Kent, un bombero que pasa por allí para verificar el estado de las casas y que no podía creer lo que veían sus ojos al pararse frente a la de Weldon.

La hazaña de Weldon sorprende aún más pues su casa está llena de chatarra, principalmente mecánica (vehículos, motores…) y está rodeada de vegetación: robles, pinos con troncos cubiertos de hiedra, granadero con frutos, sin hablar de su pila de troncos muy secos recogidos en previsión del invierno que reposan en su terraza de madera.

– «Nos quedaremos aquí pase lo pase» –

Weldon no sabe lo que viene ahora, pero algo tiene claro: «Nos quedaremos aquí pase lo pase».

«He construido cientos de casas pero no tendría corazón para comenzar de cero», añade, una vez más justificando su hazaña.

«Lo único que necesito es gente que me traiga comida y gasolina. El sheriff, los bomberos, la policía, nadie me permite ir a buscarlo», critica. «Me repiten ‘puedes irte, pero no volver'».

«Pero este es mi hogar», añade molesto.

Por ahora tiene provisiones de comida como para una semana y agua para unos cinco días: «Estaremos bien».

Quizás, lo más difícil ahora es vivir en esta desolación, en la que no hay un alma viva.

«Da miedo, es un pueblo fantasma», admite.

Y para espantar esos espíritus, Weldon reproduce rock en su aparato de música, conectado a un generador que ronronea en su casa.

«Mucha gente pasa caminando, buscando en silencio. La música siempre ayuda a subir el ánimo en tiempos difíciles», subraya.