Libramont (Bélgica) (AFP) – A unos 9.000 kilómetros de Brasilia, en el campo belga, los ganaderos valones exhiben sus reses más preciadas durante la tradicional feria agrícola, marcada este año por el temor del impacto del acuerdo UE-Mercosur en un sector fragilizado.

Más de 200.000 personas se dan cita cada año en pleno verano boreal en Libramont, en el extremo sur de Bélgica, para contemplar concursos de vacas limusinas, de blondas de Aquitania y de las imprescindibles azules belgas, entre cientos de casetas de comida y maquinaria agrícola.

Pero, pese al ambiente festivo, regado con cerveza, el miedo al reciente acuerdo finalizado entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur, tras 20 años de negociación, recorre este evento de cuatro días, que se reivindica como «la feria al aire libre más grande de Europa».

«Estamos ya al límite de la sobreproducción en toda Europa y en Valonia especialmente (…) No necesitamos para nada carne brasileña, sobre todo cuando vemos cómo se produce», asegura Hugues Falys, ganadero de 49 años y vocero del segundo sindicato agrícola valón FUGEA.

Falys habla con la AFP el viernes, el primer día de feria, antes de recibir en un abarrotado estand de su sindicato al ministro valón de Agricultura en funciones, René Collin, quien desencadena los aplausos al asegurar que, para él, «el Mercosur no es ‘Sí, quizás’ o ‘Sí, si…’, ¡el Mercosur es ‘No’!».

La advertencia no es baladí. La región belga de Valonia (3,6 millones de habitantes) tiene competencia en acuerdos internacionales y, ya en 2016, bloqueó durante días el necesario visto bueno de Bélgica a la firma del acuerdo de libre comercio entre la UE y Canadá, el CETA.

«Logramos cambiar el CETA, incluir cláusulas de salvaguardia que son muy importantes (…) Vamos a estar aún más atentos respecto al Mercosur», explica Collin a la AFP, esperando que el parlamento valón, los diputados belgas y hasta la Eurocámara rechacen este «mal acuerdo».

– «Mucho coraje» –

Los argumentos de la Comisión Europea sobre una importación limitada de carne bovina -99.000 toneladas anuales adicionales- y la creación de un paquete de 1.000 millones de euros (1.115 millones de dólares) de ayuda a los agricultores no calman los temores en un sector tocado.

En Valonia, el número de explotaciones agrícolas progresó levemente en 2018 hasta las 12.739, según datos de la oficina belga de estadísticas Statbel, pero la región sigue la tendencia de todo el país de una reducción de explotaciones, que en cambio son cada vez más extensas.

Béatrice Ghyselen, ganadera de 61 años, es hija de uno de los pioneros en introducir limusinas en Bélgica y, al frente de una explotación en Vedrin desde 1984, ha visto la evolución del sector y constata que «muchos granjeros mayores tiene dificultades para encontrar compradores».

«A mis hijos, a mis yernos les interesa mucho la tierra de cultivo, pero son muy escépticos y pesimistas sobre la especulación bovina», explica a la AFP esta propietaria de una vacada de 300 reses, que carga contra el aumento del veganismo y la disminución del consumo de carne.

Pese a que el precio de la carne aumenta en las carnicerías, «no sube de manera proporcional» para los ganaderos, cuyos costes de producción «progresaron mucho», apunta Ghyselen, para quien una solución pasaría por un mejor etiquetado sobre la procedencia y raza de la carne.

Para lograr una mejor remuneración, Falys por su parte aboga por la distribución de proximidad, sin intermediarios. «Puedo hacerlo porque tengo una granja de tamaño medio (…) No todos los agricultores europeos pueden», avisa este ganadero, que cuenta con 50 vacas charolesas.

Una visión compartida por Jean-Luc Pierret, de 64 años y productor bio desde 1999 en Orgeo. Dirigido por su hijo Xavier, uno de sus toros de raza blonda de Aquitania acaba de quedar tercero en uno de los concursos de la feria, celebrado a 31 ºC en plena ola de calor en Europa.

El hombre de 38 años, que «echa una mano» a su padre en los concursos, donde se examinan los andares, la carne y hasta la piel de las reses, es pesimista sobre el futuro del sector, en el contexto de los acuerdos comerciales. «Mi sentimiento no es para nada bueno», asegura.

«De lo que veo, el granjero ya no es el número uno. Ya no estimamos al granjero por lo que hace. (…) Ya no se trata de defender a los verdaderos agricultores, a los jóvenes agricultores, que no sé cuál será su futuro, pero les deseo mucho coraje», apunta.