Los Ángeles (California).- Mientras Los Ángeles se prepara para recibir a millones de visitantes durante los Juegos Olímpicos de Verano de 2028, una de las mayores incógnitas gira en torno a su capacidad para movilizar eficientemente a las personas en una ciudad famosa por su cultura del automóvil y su extenso entramado urbano.

La alcaldesa Karen Bass y los organizadores han anunciado un ambicioso plan que contempla el arrendamiento de más de 2,000 autobuses, los cuales circularán por una red de carriles designados especialmente para unir las múltiples sedes deportivas distribuidas por toda la región metropolitana. 

La meta: unos Juegos Olímpicos sin coches.

El éxito de esta apuesta dependerá, en gran medida, de que tanto los turistas como los propios angelinos confíen en el sistema de transporte público y lo utilicen masivamente. 

Así lo afirma Ron Davidson, profesor de Geografía y Estudios Ambientales de la Universidad Estatal de California, Northridge, quien sostiene que el evento representa una oportunidad única para cambiar la percepción que se tiene del transporte público en Los Ángeles. 

«Si hay un momento propicio para transformar esa visión, son los Juegos Olímpicos. No solo por el impacto que tendrá en los residentes, sino también en los millones que nos visitarán y los que seguirán las transmisiones desde todo el mundo», asegura.

Los Ángeles ha sido, durante décadas, un símbolo de la expansión urbana y la dependencia del automóvil. Su imagen de ciudad inabarcable y con autopistas congestionadas ha sido ampliamente difundida, hasta el punto de que el término «ciudad extendida» quedó ligado a su identidad. 

Davidson recuerda que esta percepción se consolidó con una portada de la revista *Sunset* en la que aparecía el área del valle de Los Ángeles completamente iluminada, sin rastro del centro urbano, lo que dio la impresión de una mancha urbana infinita, sin un núcleo definido. Aunque se trataba de una representación parcial, el estigma perdura hasta hoy.

La historia del transporte en la ciudad no siempre estuvo marcada por los coches. En las primeras décadas del siglo XX, Los Ángeles contaba con dos importantes redes ferroviarias: Pacific Electric y Los Angeles Railway. Sin embargo, para cuando la ciudad albergó los Juegos Olímpicos de 1932, ambas ya estaban en declive, dejando paso a un modelo de movilidad centrado en el automóvil. 

«Casi cien años después, tenemos un sistema ferroviario limitado, una urbe algo más densa, pero la experiencia diaria sigue siendo la de una ciudad vasta, lenta y profundamente dependiente de las autopistas», comenta Davidson.

Frente a este panorama, lograr una transformación significativa parece una tarea monumental. Sin embargo, hay antecedentes esperanzadores. En los Juegos Olímpicos de 1984, también hubo dudas y escepticismo por parte de los residentes, que temían un colapso de la ciudad si no se resolvía el tema del transporte. 

Pero los temores no se materializaron. Los organizadores desplegaron un sistema eficiente de autobuses que logró movilizar a atletas, delegaciones y público sin mayores contratiempos. Esa experiencia exitosa servirá como modelo para 2028.

Davidson enfatiza que lo que está en juego no es solo la logística de un evento deportivo, sino la posibilidad de redefinir el futuro de la movilidad en Los Ángeles. 

«Los visitantes seguirán viendo esta ciudad a través del prisma del transporte. Si logramos hacer que el sistema público funcione bien, será algo maravilloso para todos los que vivimos aquí», señala. 

También recuerda que uno de los compromisos asumidos por los organizadores al presentar la candidatura fue precisamente ofrecer unos Juegos Olímpicos sin coches, donde el transporte público sea la columna vertebral de la movilidad urbana.

Pero para que este esfuerzo tenga un impacto duradero, no basta con medidas temporales. Davidson subraya que los líderes de la ciudad deben aprovechar este momento para impulsar una transformación más profunda y sostenida, que continúe mucho después de que la antorcha olímpica se haya apagado. 

«Los Ángeles es una ciudad que vive de la imagen, del sueño, de la creencia en su propio éxito. Esta es una de esas ocasiones donde necesitamos voces optimistas que impulsen el cambio», asegura.

A pesar del pesimismo que algunos expresan sobre el rumbo de la ciudad, Davidson considera que el evento de 2028 puede marcar un punto de inflexión. 

«Algunos dicen que Los Ángeles está en declive, pero tenemos en nuestras manos un evento que ocurre una vez por generación, capaz de cambiar percepciones y hábitos como nunca antes», concluye. 

Si la ciudad logra articular un sistema de transporte eficaz, inclusivo y sostenible, los Juegos Olímpicos podrían no solo redefinir la experiencia de quienes los visiten, sino también ofrecer a sus habitantes una nueva manera de habitar y moverse en su propia ciudad.