Shumash (Afganistán).- “Era casi medianoche cuando el suelo tembló”, recuerda Suliman, agricultor de Shumash, una aldea de la provincia afgana de Kunar. “Parecía el día del juicio final. La gente gritaba, las casas se derrumbaban y, en un instante, lo perdimos todo: nuestras familias, nuestros campos, incluso nuestros animales”.
En la noche del 31 de agosto de 2025, un terremoto de magnitud 6,0 sacudió el Afganistán oriental, cerca de la frontera con el Pakistán. Las violentas réplicas provocaron corrimientos de tierra y cortaron las carreteras, dejando aisladas a comunidades remotas que aún no se habían recuperado de las lluvias torrenciales y los años de penurias.
En la aldea de Suliman, donde viven casi 800 familias, no queda ni una sola casa habitable. Algunas de esas familias se alojan ahora en tiendas de campaña en campo abierto; otras se han trasladado a campamentos provisionales. Suliman dice que la mayoría de las familias tenían entre 10 y 15 animales. Ahora solo les quedan dos o tres.
“Muchos quedaron sepultados bajo los escombros o fueron arrastrados por los corrimientos de tierra. Sin ellos, no solo hemos perdido una fuente de alimentos, sino también los escasos ingresos que teníamos”, afirma.
Más al sur, en la provincia de Nangarhar, Habibullah recorre las ruinas de su aldea, Atran.

“El terremoto lo destruyó todo”, asegura Habibullah. “Nuestros campos de maíz están dañados, el canal de agua está en ruinas e incluso los árboles frutales se han secado. Nuestros animales también murieron; sus establos están destruidos. Con la llegada del invierno, tememos perder los pocos que nos quedan”.
Como en los casos de Suliman y Habibullah, el seísmo golpeó a comunidades que ya se enfrentaban a años de sequía, inundaciones estacionales y dificultades económicas. Para las familias retornadas —que acababan de volver con lo justo para empezar de nuevo—, el desastre ha sido especialmente duro. Antes de los sucesos del 31 de agosto ya se preveía que casi 950 000 personas de estas provincias se enfrentarían a la inseguridad alimentaria aguda. Ahora se espera que esa cifra aumente considerablemente.
Respuesta rápida
En una región en la que la agricultura y la ganadería son vitales, las respuestas a situaciones de emergencia tienen que ser rápidas y estar bien focalizadas.
Pocos días después del terremoto, los equipos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) realizaron evaluaciones rápidas. La conversación directa con las comunidades afectadas reveló que el acceso al agua era la necesidad más urgente.
Los canales de riego estaban destruidos o bloqueados por los escombros, dejando a las familias sin agua potable salubre, y ni hablar de agua para los cultivos o los animales. La FAO comenzó a limpiar y restaurar los canales, en una carrera contrarreloj para salvar los cultivos de verano que habían resistido —como el maíz y los frijoles— y que necesitaban un último riego para obtener una buena cosecha ese mes.
Además de los 445 km² de tierras agrícolas de regadío ahora en peligro, más de 500 000 animales se enfrentan a amenazas para la salud. Los piensos almacenados están contaminados por los escombros y los refugios de los animales han quedado destruidos. Las familias que antes contaban con maíz, trigo, frijoles, arroz, leche y carne luchan ahora por alimentar a sus hijos.
Las comunidades pidieron ayuda para restablecer los servicios veterinarios, reconstruir los refugios de los animales y reponer piensos y ganado.

En respuesta, la FAO y su red de unidades veterinarias privadas sobre el terreno están tratando y vacunando a los animales supervivientes, que siguen siendo fuentes vitales de alimentos e ingresos. A fecha de 29 de septiembre, la FAO había tratado a 1 163 animales para prevenir brotes de enfermedades.
Las unidades veterinarias han eliminado de forma segura más de 5 600 cadáveres de animales en los distritos más afectados de Kunar, previniendo así brotes de enfermedades zoonóticas y la contaminación del agua. Los equipos de la FAO caminaron durante horas por terreno montañoso, sorteando corrimientos de tierras y escombros para llegar a aldeas remotas.
“Se necesitan entre tres horas y tres horas y media a pie para llegar al lugar y enterrar a los animales”, explica Shamsher, un ganadero de Kunar. “Pero los equipos de la FAO están aquí, ayudándonos”.
Además, los programas previstos de dinero por trabajo emplearán a trabajadores locales para reconstruir los refugios para el ganado, pondrán el dinero directamente en manos de las familias y estimularán la economía local.
Carrera por la cosecha de invierno
A pocas semanas del invierno, las familias disponen de un estrecho margen para preparar sus tierras y proteger a sus animales. Perder esta oportunidad podría significar que no se recolecten las cosechas del próximo año y que el hambre se agudice hasta bien entrado 2026.
La FAO ha pedido 23,4 millones de USD para garantizar que estas comunidades dispongan de la asistencia agrícola de emergencia que necesitan para cubrir sus necesidades básicas y salvar vidas.
Mientras tanto, las Naciones Unidas están llevando a cabo una evaluación rápida conjunta de las necesidades para cuantificar los daños y las pérdidas y orientar la recuperación. La FAO es responsable del componente relativo a la agricultura y aprovecha sus conocimientos técnicos y su profunda presencia en la comunidad para evaluar las pérdidas en los cultivos, la ganadería y los sistemas de riego.
Cada día que pasa es fundamental para proteger los alimentos, los medios de vida y la dignidad de las familias campesinas, que ya han soportado muchas penurias.





































































