Irvine (California).- Una nueva investigación respaldada por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) ha revelado que los impactos repetitivos en la cabeza, como los que ocurren en deportes de contacto, pueden generar alteraciones tempranas y duraderas en el cerebro de atletas jóvenes y de mediana edad, mucho antes de que aparezcan los signos característicos de la encefalopatía traumática crónica (CTE).
Estos hallazgos abren una vía prometedora para el diagnóstico precoz y la intervención preventiva en una enfermedad que hasta ahora solo podía confirmarse tras la muerte del paciente mediante análisis de tejido cerebral.
El estudio, liderado por científicos del Centro CTE de la Universidad de Boston, en colaboración con el Sistema de Atención Médica para Veteranos de Boston y otras instituciones, se centró en el análisis post mortem de cerebros de atletas menores de 51 años, en su mayoría jugadores de fútbol americano.
A través de herramientas avanzadas de análisis celular y genético, muchas de ellas desarrolladas por la Iniciativa BRAIN del NIH, los investigadores pudieron detectar alteraciones significativas que habían pasado desapercibidas en estudios anteriores centrados en atletas de mayor edad o casos avanzados de CTE.
Uno de los hallazgos más notables fue la pérdida de hasta un 56 % de un tipo específico de neuronas en una zona del cerebro que comúnmente recibe impactos durante actividades deportivas intensas. Sorprendentemente, esta pérdida neuronal fue evidente incluso en cerebros que no presentaban acumulación de la proteína tau, considerada hasta ahora la señal definitiva de la CTE.
Este descubrimiento sugiere que el daño neuronal podría comenzar mucho antes de que la enfermedad se manifieste de forma visible, cuestionando la actual dependencia exclusiva de tau como biomarcador para esta afección neurodegenerativa.
Además de la pérdida neuronal, el estudio encontró una activación progresiva de las microglías, células inmunitarias del cerebro, directamente relacionada con el número de años que los atletas habían practicado deportes de contacto. Esta activación indica una respuesta inflamatoria sostenida del cerebro ante los impactos, lo que podría agravar el deterioro neuronal a lo largo del tiempo.
Las alteraciones también incluyeron cambios en los vasos sanguíneos del cerebro, con patrones genéticos que reflejan inflamación, posible hipoxia (falta de oxígeno) y engrosamiento vascular, lo cual podría afectar el flujo sanguíneo cerebral y empeorar la salud neuronal.
Un hallazgo innovador fue la identificación de un canal de comunicación previamente no documentado entre las microglías y las células de los vasos sanguíneos.
Esta interacción podría ser clave para entender cómo los primeros daños celulares abren el camino a una progresión más severa de la enfermedad, incluso antes de que aparezcan los síntomas clásicos o las lesiones visibles en las pruebas médicas actuales. Al comprender este diálogo biológico, los científicos podrían diseñar terapias que interrumpan este proceso patológico en sus etapas iniciales.
Walter Koroshetz, director del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares (NINDS), subrayó la importancia del estudio al afirmar que «muchos cambios en el cerebro pueden ocurrir tras impactos repetitivos en la cabeza» y que estos nuevos conocimientos podrían ser fundamentales para desarrollar formas tempranas de diagnóstico y tratamiento del CTE.
Por su parte, Richard Hodes, director del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (NIA), destacó la relevancia de observar estos cambios en atletas jóvenes, ya que podría servir no solo para proteger su salud en el presente, sino también para reducir el riesgo de desarrollar demencia en el futuro.
Este estudio representa un cambio de paradigma al enfocar la atención científica en las primeras señales de daño cerebral, y no únicamente en los casos avanzados o en personas mayores. Al descubrir estas advertencias celulares tempranas, se abre una ventana crítica de intervención que permitiría actuar antes de que los efectos sean irreversibles.
También fortalece el argumento en favor de medidas más estrictas en la práctica de deportes de contacto, incluyendo mejoras en la protección, la regulación del tiempo de exposición a impactos y protocolos más rigurosos para la evaluación y el seguimiento de los atletas, especialmente durante su juventud.
La investigación, financiada por el NINDS y el NIA mediante múltiples subvenciones, sienta las bases para futuras innovaciones médicas que puedan detectar y posiblemente prevenir la degeneración neurocognitiva causada por traumas repetitivos. Aunque la CTE sigue siendo una enfermedad sin cura, este trabajo pionero demuestra que comprender su origen en las etapas más tempranas es el primer paso hacia su eventual erradicación o control clínico.







































































