Dulce Nombre (Costa Rica) (AFP) – A sus 94 años, don «Sato» dice que puede caminar 4 kilómetros en un día. Despierto desde temprano, corta leña en su casa en la Península de Nicoya, Costa Rica, una de las zonas con los habitantes más longevos del planeta.

Es uno de los 1.010 costarricenses mayores de 90 años que habita en una de las cinco «Zonas Azules» en el mundo, como se identifican los lugares con población de amplia esperanza de vida. No es que se mudaron allí. Allí vivieron siempre.

«A mi edad me siento bien porque el Señor me da fuerzas para caminar tranquilo. Voy, puedo llegar tal vez a 1 kilómetro, 4 kilómetros, y vuelvo para atrás, tranquilo», cuenta Saturnino López, «Sato».

Su casa, en el pueblo de Dulce Nombre, es una especie de refugio natural, donde el covid no hizo estragos. Las viviendas, de madera, concreto y hasta de palos y barro, están rodeadas de vegetación, donde los chirridos de las cigarras son continuos.

«Durante el día si hay que barrer un patio, lo barro; si hay que picar leña, se pica, también. De todo un poquito», explica.

-¿Por qué zonas azules?-

A fines del siglo XX, el demógrafo Michel Poulain y el médico Gianni Pes marcaron en un mapa con un lapicero de tinta azul la región de Barbaglia en Cerdeña, Italia, donde encontraron población sumamente longeva.

En 2005, el estadounidense Dan Buettner halló similares características en Loma Linda, California, Estados Unidos; en Icaria, Grecia; en Okinawa, Japón; y en Nicoya.

¿Cuál es el secreto? «La primera comida es arroz, frijoles. Un poquito de carne, fruta, aguacate, y todo eso uno lo come, eso dicen que es [gran] alimento», cuenta «Sato».

Una dieta similar a la de sus vecinos Clementina, de 91 años; y al esposo de esta, Agustín, de 100.

Clementina tuvo 18 hijos; le sobreviven 12. Con pasos cortos, sigue lanzándole maíz a sus gallinas, prepara alimentos y lava los platos.

Su energía rebate cualquier cifra de esperanza de vida: la de Costa Rica, de 80 años, y la global, de 72, según la OMS.

«En el campo se vive más tranquilo, no como en los centros que uno anda con aquel cuidado, ¿verdad? Uno vive más tranquilo y no tiene tanto peligro», dice.

Un propósito de vida –

Mantener objetivos es clave para el sano envejecimiento, considera Aleyda Obando, jefa de Trabajo Social de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) de Nicoya.

«Ellos agradecen a Dios de que los tiene vivos y hacen planes de sembrar algo, de ver a sus amigos (…) Es la suma de varios factores que hace que esta población dure más», detalla.

También poseer una red de apoyo, hacer actividad física, alimentarse orgánicamente y bajar el estrés.

«Sembrábamos maíz, arroz, frijoles, todo. Criábamos lo que comíamos», cuenta Clementina, quien es cuidada por su hija María.

Su esposo Agustín, uno de los 53 centenarios de la zona, perdió la visión y sufrió un derrame cerebral. Pese a ello, reacciona dócilmente a caricias de Clementina.

Alguna vez a caballo –

José Villegas, «Pachito», otro centenario, vive en el pueblo vecino de San Juan de Quebrada Honda, con una de sus ocho hijas.

Espera que en su cumpleaños 105 el próximo 4 de mayo, pueda volver a montar a caballo, actividad con la que se ganó la vida, arreando animales. Aunque sus piernas se resienten por momentos.

«Para mí es una gran cosa (tener 104) porque Dios me ha dado mucha vida. No fue brillante, pero no fue mala», dice Pachito, sentado en la misma finca en la que nació.

«Ahora la forma de vida ha cambiado, ya no es igual que antes. Antes todo era sano y la gente se quería un poco más», añade. Viudo desde hace siete años, acompaña sus tardes con música ranchera de la radio.

Cerca de allí, en Puerto Humo, Talía, de 93 años y madre de 14, prepara tortillas. «Uno puede decir: llego a 100 años y no llega (…) lo que Dios diga, hasta donde él diga, llegamos».

¿Para siempre? –

Para el demógrafo de la Universidad de Costa Rica, Gilbert Brenes, esta zona azul aún puede crecer «por el momentum poblacional y por la mayor fecundidad que había antes». Pero «solo podrá ser sostenible por 20 o 30 años más».

Sucede que las nuevas generaciones «no tienen prácticas alimenticias tan buenas», además de que desarrollan enfermedades como obesidad o diabetes y cada vez menos gente cultiva lo que come.

«Sato», padre de nueve hijos, mientras tanto, sigue activo.

«Mis hijos dicen: ‘usted no trabaje ya, nosotros tenemos que trabajar para mantenerlo’. Pero a mí no me gusta, porque sé lo que me da aliento (…) Pegar aunque sea unos dos machetazos y ya está».

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