Río de Janeiro (AFP) – Incansable en su misión de dar atención médica a los más desfavorecidos, la hermana Dulce erigió un gigantesco complejo de salud y asistencia social en el noreste de Brasil que la convirtió, mucho antes de ser canonizada por el Vaticano, en «la santa de los pobres».

Al «ángel bueno de Bahía», como era llamada por quienes la veían en las calles de Salvador con su hábito azul y blanco, se le atribuyen dos milagros: haber parado la hemorragia de una mujer tras un parto y haberle devuelto la visión a un hombre que estuvo ciego durante 14 años.

Su canonización, 27 años después de su muerte, es el tercer proceso más rápido en la historia, después del papa Juan Pablo II (2014) y de la madre Teresa de Calcuta (2016).

Maria Rita Lopes Pontes nació el 26 de mayo de 1914 en el seno de una familia adinerada.

Hija de un dentista y una ama de casa que falleció en un parto cuando ella tenía apenas siete años, tuvo clara su vocación desde adolescente, cuando atendía a mendigos y enfermos en la puerta de su casa. A los 19 años se ordenó monja y adoptó el nombre «Dulce», en homenaje a su madre.

Comenzó trabajando en los barrios más pobres de Salvador y llegó a invadir propiedades desocupadas para hospedar a los enfermos que le suplicaban ayuda.

En 1949, transformó el gallinero de un convento en una enfermería improvisada. Las 70 camas iniciales se multiplicaron hasta convertirse en un gran complejo de centros públicos de salud: las Obras Sociales Hermana Dulce (OSID, por sus siglas en portugués), que anualmente atienden a unas 3,5 millones de personas.

– Una monja bien conectada –

En una época en que la salud pública no llegaba a todos, la hermana Dulce abrió todas las puertas necesarias para cumplir su misión.

Como escribe su biógrafo Graciliano Rocha en «Irmã Dulce, a santa dos pobres», ella «siempre interpretó con competencia la dirección de los vientos políticos y, así, cautivó a poderosos políticos para tener acceso a los cofres públicos».

De un metro y medio de estatura, un hilo de voz -producto de una cirugía en las cuerdas vocales- y gran perspicacia, fue tejiendo relaciones con la élite política y empresarial sin alinearse con ninguna tendencia.

Se relacionó con prácticamente todos los ocupantes del Palacio de Planalto, desde generales de la dictadura hasta el presidente José Sarney (1985-1990), con quien cultivó una amistad.

Desde grandes empresarios, como el fundador del grupo Odebrecht, Norberto Odebrecht, a pequeños comerciantes, todos atendían sus pedidos.

En una fila de personas que le pedían ayuda a fines de los años 1960, estaba el escritor Paulo Coelho, quien había huido de una casa de salud donde estaba internado y no tenía dinero para comer.

«Llegó mi turno y la monja me preguntó: ‘¿Qué quieres?’ ‘Volver a mi casa’, le respondí (…) Ella tomó una hoja de papel y escribió: ‘Vale por dos pasajes a Rio de Janeiro’ [y dice] Vaya a la estación de autobuses y dé ese papel», relató emocionado Coelho en una entrevista con TV Globo.

Bastó que mostrara el papel para que lo dejaran subir al autobús.

El escritor, que vive en Ginebra y es donante frecuente de OSID, anunció un depósito extra de un millón de reales con motivo de la canonización.

– Cuidar la salud… de los otros –

Toda la energía que la hermana Dulce invirtió en cuidar a otros, la escatimó en atender su propia salud, trabajando extenuantes jornadas, con largos períodos de ayuno y poco sueño.

«Nunca nadie la convenció de acortar la jornada, incluso cuando ya era sexagenaria y su salud estaba debilitada. Era la última en irse a dormir y una de las primeras en levantarse en el convento, pegado al hospital», apunta Rocha en su libro.

En 1955 prometió que si su hermana superaba un embarazo de alto riesgo, dormiría el resto de sus noches sentada. Y cumplió.

Los siguientes 30 años la monja durmió recostada en una silla de madera hasta que por ultimátum de sus médicos volvió a su cama en 1985. Ya entonces una enfermedad pulmonar crónica degradaba su capacidad respiratoria

La hermana Dulce falleció en marzo de 1992, a los 77 años, tras una larga convalecencia en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) instalada en su habitación.

El papa Juan Paulo II, con quien se había encontrado en Salvador en 1980, la visitó en su lecho de muerte en 1991 y tras rezar por ella expresó: «Este es el sufrimiento del inocente. Igual al de Jesús».