Río de Janeiro (AFP) – Cerveza fría en mano, Edson Rocha parece tenerlo todo para un hermoso día de playa en la ciudad de Río de Janeiro.

Frente a este trabajador del sector petrolero, los frondosos morros se desparraman sobre la Bahía de Guanabara: se avista el majestuoso Pan de Azúcar y también la icónica estatua del Cristo Redentor que extiende sus brazos.

Un festín para la vista, salvo por un detalle: el agua de la bahía es un caldo maloliente de aguas residuales sin tratar, contaminación industrial y basura. Y eso le que quita las ganas de bañarse.

«Te metes para refrescarte y luego estás 10 minutos en la ducha intentando sacarte la contaminación», dice entre risas Rocha, de 46 años, a pocos metros de un oscuro río que desemboca en la bahía.

La Bahía de Guanabara es posiblemente una de las más bellas postales del planeta, pero los bañistas prefieren las playas que dan al océano Atlántico, como la famosa Copacabana, menos contaminadas.

Hogar de 12,5 millones de personas, la bahía ha sido durante mucho tiempo un vertedero de basura, productos químicos tóxicos y aguas cloacales, el 54,3% de las cuales no se tratan.

Ahora las autoridades del estado de Río (sureste de Brasil) dicen tener una solución.

El año pasado, privatizaron el ineficiente servicio de agua y saneamiento Cedae, al vender los derechos de operación de la capital carioca y de otros 26 municipios a la empresa Aguas do Rio.

«Cementerio de obras inacabadas» –

El nuevo operador promete hacer lo que nadie ha logrado aún: limpiar la bahía y reparar los dañados sistemas de tratamiento de desechos con un plan para invertir 2.700 millones de reales (570 millones de dólares al cambio) en cinco años.

Aguas do Rio, subsidiaria de Aegea, una de las mayores empresas privadas de saneamiento básico de Brasil, prometió inversiones totales de 24.400 millones de reales (5.000 millones USD) en su contrato de 35 años para llevar la tasa de aguas tratadas al 90%.

«No tengo la menor duda de que la gente volverá a bañarse en la bahía», asegura su director ejecutivo, Alexandre Bianchini.

Los lugareños se muestran escépticos, dado el historial de planes fallidos.

En 1994, el estado de Río lanzó un programa de limpieza con fondos internacionales, en el que se gastó 1.200 millones de dólares en plantas de tratamiento de aguas residuales. Pero dejó sin terminar las tuberías que las conectan con los residentes.

Luego llegaron las prisas con los Juegos Olímpicos de 2016 en la ‘Ciudad Maravillosa’.

Mientras los medios internacionales publicaban imágenes vergonzosas de la bahía contaminada, Rio destinó casi mil millones de dólares a limpiarla. Pero a siete semanas de los Juegos, el estado se declaró insolvente.

«La Bahía de Guanabara se ha convertido en un cementerio de obras inacabadas», dice el ecologista Sergio Ricardo, cofunfador de la ONG ambientalista Baia Viva.

Pescadores sin peces –

El pescador Gilciney Gomes blande dos de las muchas botellas de plástico que ha sacado del agua fétida de la bahía en Duque de Caxias, al norte de Rio.

«¿Se supone que debo alimentar a mi familia con esto?», se pregunta Gomes, al frente de la Colonia Pesquera de Caxias, la asociación de pescadores.

Gomes vive cerca del vertedero Jardim Gramacho, a orillas de la bahía y antaño el mayor basural al aire libre de América Latina. Cerrado oficialmente en 2012, continúa filtrando un líquido tóxico, sostienen los ambientalistas.

Aquí, las orillas rebosan de plástico, pañales, ropa, llantas, muebles y electrodomésticos rotos.

Empresas petroleras y químicas que operan en instalaciones cercanas han contaminado el agua, denuncian pescadores y activistas.

Gomes, padre de cuatro hijos, asegura que ya no hay suficientes peces ni cangrejos en esta región de la bahía para que los pescadores sobrevivan.

«Nos hemos convertido en recolectores de basura», confiesa Gomes, de 61 años.

El biólogo Mario Moscatelli, que dirige un programa para replantar bosques de manglares en el antiguo vertedero, define a la Bahía como «un microcosmos» que refleja «cómo se gestionan los problemas medioambientales en Brasil».

En su opinión el problema es claro: esto es una consecuencia «del crecimiento urbano desorganizado, la favelización (barriadas pobres), la falta de una política de vivienda pública para los más desfavorecidos, la falta de acceso universal al sistema de saneamiento básico», sostiene.

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