Isla Floreana (Ecuador) (AFP) – Una aleta asoma en el infinito azul turquesa. Cuando se acerca a la lancha, el tiburón es atrapado. Será una captura breve. Pronto volverá a las aguas con un chip que le permitirá a la ciencia rastrear a una de las especies emblemáticas de las islas Galápagos.

«¿Lo ven? ¡Allá!», exclama Alberto Proaño, señalando a un tiburón atraído por un cebo arrojado desde la embarcación. Este biólogo de 34 años lanza su sedal. El anzuelo está limado para no herir al pez. Un pelícano en picada arrebata la carnada. El tiburón se ha ido.

Bajo el implacable sol que cae sobre estas islas volcánicas del Pacífico, a 1.000 km de la costa de Ecuador, se reanuda la espera. Transcurre una hora. Otro tiburón muerde pero consigue huir. El motor se pone en marcha y la lancha se dirige a otra zona.

Debajo de la superficie se percibe una sombra. Alberto vuelve a lanzar su sedal. «¡Ya lo tengo!», espeta después de varios intentos. Deja que el animal vaya y venga «para cansarlo». Luego, con las manos protegidas por guantes, tira con todas sus fuerzas y lo acerca a la embarcación.

Las Galápagos, que llevan el nombre de las tortugas gigantes que las habitan, siguen siendo un laboratorio a cielo abierto, el mismo que aprovechó el naturalista inglés Charles Darwin para su teoría de la evolución.

Sus aguas, ricas en nutrientes gracias a la confluencia de cuatro corrientes frías y calientes, albergan más de 2.900 especies marinas, un 25% de las cuales son endémicas.

Código único –

El animal lucha. La lancha se bambolea. El capitán y su ayudante hacen contrapeso en estribor. Otros dos guardias del Parque Nacional Galápagos (PNG) acuden al rescate: el tiburón finalmente es amarrado con cuerdas ni bien es sacado del mar. Comienza el marcado.

«Hay que ser muy rápido porque un tiburón no puede estar más de unos minutos fuera del agua», dice Alberto a la AFP.

Agachado sobre la borda, indica las medidas: una hembra de 2,30 metros de largo, unos 150 kilogramos, unos 15 años. Un hermoso ejemplar de tiburón de Galápagos (Carcharhinus galapagensis), una de las 36 especies que habitan el archipiélago.

Con un rápido movimiento de bisturí, el biólogo toma una muestra de piel, fija una varilla de plástico amarilla numerada e inserta un chip electrónico debajo de la gruesa dermis. Luego, muy suavemente, el escualo es liberado de sus ataduras. En unos segundos, la aleta desaparece.

Rubi Cueva, una pasante de 23 años, toma nota de todo en un registro. «Mi sueño es de estudiar también al tiburón ballena», explica esta joven originaria de Galápagos que cursa la carrera de gestión ambiental.

El trabajo de seguimiento y marcado de especies, llevado a cabo por el PNG y otras organizaciones científicas como la Fundación Charles Darwin (FCD), tiene como objetivo realizar análisis y dotar a los animales de un código internacional único. En algunos casos emplean balizas de rastreo satelital. Se trata de determinar la población, los hábitats, la alimentación, las rutas migratorias, etc.

«Este estudio nos permite saber qué parte del año o qué tanto tiempo se quedan en ciertas zonas», agrega Alberto, feliz de haber podido marcar un segundo ejemplar ese día.

El PNG ha realizado más de 300 salidas al mar con el fin de identificar las zonas de nacimiento de los tiburones o marcar a los adultos.

Expediciones agitadas –

Otra misión, la misma semana, generará menos adrenalina pero no será menos desafiante. Al amanecer, Alberto y Jennifer Suárez, de 33 años, también bióloga y guardaparque, se van con su equipo.

La búsqueda del día: tortugas marinas. Desde la lancha se puede ver a decenas de ellas retozando en las olas. Pero las rompientes disuaden de acercarse. El ancla se lanzará más adelante, en una cala accesible de la isla Floreana. A ello seguirán dos horas caminando con dificultad entre rocas de placas de lava negra, donde las iguanas marinas se asolean.

Finalmente, en la playa espera la recompensa: cinco tortugas lánguidas. «No las dejen escaparse», recomienda Jennifer. A cada uno se le asigna una y, a la señal, comienzan a correr por la arena blanca.

Las tortugas se arrastran frenéticamente, decididas a alcanzar el agua transparente. Pero, con cuidado, son inmovilizadas entre las rodillas, que sujetan firmemente su caparazón mientras las manos cubren sus ojos para calmarlas.

Los biólogos proceden entonces a tomar las muestras y marcarlas. Más de 18.000 tortugas han sido identificadas desde 2002. Algunas fueron detectadas en Costa Rica, Perú y México.

«Tenemos varios programas de seguimiento de especies emblemáticas para conocer su población (…) qué las amenaza, qué las afecta», explica Jennifer.

Porque el objetivo, enfatiza, es «generar datos que permitan su protección», al igual que con los tiburones, pero también los leones marinos, los corales, las iguanas, todas las especies que hacen de Galápagos un sitio excepcional, catalogado como patrimonio natural de la humanidad.

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