Río de Janeiro (AFP) – Sus detractores lo han llamado «helado de chuchú», una desabrida fruta tropical: Geraldo Alckmin está lejos del carisma de Lula, pero este tecnócrata centrista, con estrechos vínculos con el empresariado, lo acompaña ahora como vicepresidente en el regreso de la izquierda al poder en Brasil.

Este martes, tras la victoria, adquirió un papel destacado al ser elegido por el líder izquierdista como coordinador del equipo de transición con el gobierno saliente.

Lula, de 76 años, se impuso el domingo en las elecciones presidenciales al ultraderechista Jair Bolsonaro, con el 50,9% de los votos a 49,1%.

Y Alckmin, un médico de 69 años, exgobernador de Sao Paulo y con fama de sólido gestor, vuelve a la primera línea de la escena política, de la que había quedado prácticamente desterrado.

Llegó a aventurarse en las carreras presidenciales de 2006, cuando fue derrotado por el propio Lula en la segunda vuelta, y de 2018, cuando captó menos del 5% de los votos.

«Debemos abrir los ojos y tener la humildad de entender que hoy (Lula) es quien mejor refleja las esperanzas del pueblo brasileño», dijo a finales de marzo, cuando se afilió al Partido Socialista Brasileño (PSB), de centro-izquierda, que sentó las bases de su alianza con Lula.

Anteriormente militaba en el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), una histórica formación de centro-derecha que cofundó en 1988 y que gobernó Brasil de 1995 a 2002, con Fernando Henrique Cardoso como presidente.

El PSDB y el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula fueron las dos grandes organizaciones que se disputaron el poder desde el final de la dictadura militar (1964-1985).

Calamar y chayote –

La elección de Alckmin calza en el estilo de Lula, que durante sus dos primeros mandatos (2003-2010) eligió a un vicepresidente de tendencia derechista, José de Alencar, un empresario que le ayudó a tranquilizar al empresariado.

Con todo, Alckmin defiende esta «unión sagrada» a Lula como parte de un momento de defensa de la democracia, que asegura amenazaba Bolsonaro.

No obstante, el exgobernador del estado de Sao Paulo, el más poblado del país, había lanzado afilados comentarios contra del exdirigente sindical, del que hoy es compañero de llave.

«Después de llevar a Brasil a la quiebra, Lula dice que quiere volver al poder. También se podría decir que quiere volver a la escena del crimen», lanzó en un congreso del PSDB, el alusión a los casos de corrupción que empañaron los gobiernos del izquierdista.

Con gafas finas y la cabeza calva, dijo en 2018 no ser un «showman» ante los señalamientos sobre su poco carisma, que le valió el apodo de «helado de chuchú».

«Quien quiera ver un espectáculo, que vaya a ver a un humorista. Necesitamos resolver problemas. Brasil necesita constructores, no gladiadores», lanzó entonces.

Sin embargo, en esta campaña sacó provecho del apodo. «El calamar es un plato que va bien con el chayote» o chuchú, bromeó en julio, puesto que «lula» en portugués significa calamar.

Y el equipo de campaña incluso publicó una receta de risotto de calamar con chayote.

Lava Jato –

Nacido en Pindamonhangaba, una ciudad de 160.000 habitantes ubicada a unos 150 km de Sao Paulo, la capital económica de Brasil, Alckmin recibió una estricta educación católica.

Casado durante más de 40 años con Lu Alckmin, tuvo tres hijos, pero su hijo menor, Thomaz, murió en un accidente de helicóptero en 2015.

Comenzó su carrera política como concejal y fue alcalde de su ciudad natal en los años 70, antes de ser elegido diputado en 1986.

Su gestión como gobernador de Sao Paulo en cuatro mandatos (2001-2006 y 2011-2018) ha sido bien evaluada, aunque fue salpicado, como muchos políticos en Brasil, por la Operación Lava Jato, la mega investigación que reveló el mayor escándalo de corrupción del país.

Delatores del gigante de la construcción Odebrecht lo nombraron como beneficiario de donaciones electorales ilícitas, aunque nunca se formalizaron cargos en su contra.

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