Reynosa (México) (AFP) – A solo 300 metros de Estados Unidos, Michelle vive con la incertidumbre de saber si podrá ingresar a Estados Unidos, al igual que miles de migrantes haitianos varados en la fronteriza ciudad mexicana de Reynosa. 

«Dicen que van a abrir la frontera hoy. ¿Crees que eso es cierto?», pregunta la mujer de 26 años en las escaleras del puente que cruza el Río Bravo, en la frontera entre México y Estados Unidos, la última parada de su camino.

Por Facebook y WhatsApp, Michelle, al igual que otros migrantes, siguió el enfrentamiento entre la Casa Blanca y un juez sobre el Título 42, una disposición que la administración del expresidente Donald Trump impuso en la pandemia del coronavirus y que permite al gobierno estadounidense expulsar inmediatamente y sin proceso legal a los migrantes que ingresen a su territorio, incluso aquellos que soliciten asilo. 

El viernes, un juez conservador impidió que la administración del demócrata Joe Biden levantara esta restricción, y la Casa Blanca anunció de inmediato que apelaría la decisión. 

Pese a la discusión en Washington y la incertidumbre que vive Michelle, la frontera de Estados Unidos no está completamente cerrada. Decenas de migrantes de Haití y de Centroamérica, que huyeron de la pobreza y la violencia en sus países, cruzan legalmente a Estados Unidos por el puente fronterizo. 

«Son familias que han obtenido el derecho a ingresar a Estados Unidos a través de sus abogados», explica el pastor Héctor Silva, quien los acompaña desde su albergue hasta el puente fronterizo. 

Mientras esperan su propio día de suerte, que no saben cuándo llegará, Michelle y varios cientos de haitianos no tienen otra opción mas que pasar el día bajo el sol inclemente y el polvo de la ciudad mexicana.

– Confusión –

En Reynosa, el Título 42 se convirtió en una preocupación más para los migrantes, como también lo es la vivienda, la salud, la alimentación, los niños y la tarea de conseguir un abogado.

«Si lo quitan va a ser un poco más difícil para los migrantes», dice Sarah Jiménez, una dominicana que viaja con su esposo haitiano. «Van a deportar más gente. Nos conviene más que se prolongue», añade.

Según la lógica de Jiménez y otros migrantes, bajo el Título 42, una persona que es expulsada de Estados Unidos a México puede intentar cruzar de nuevo casi de inmediato. Pero si es deportada, es enviada directamente a su país. 

Sin embargo, Anayeli Flores, responsable humanitaria de la oenegé Médicos Sin Fronteras (MSF) en la zona señala que hay mucha confusión entre los migrantes respecto a la disposición. 

«Hay mucha incertidumbre y poca información oficial. Lo cual hace que haya bastantes confusiones», dice. «La gente está confundida. No saben qué procedimiento iniciar o hacia dónde buscar», añade. 

En ese contexto de incertidumbre y rumores, cada vez más migrantes fueron llegando a Reynosa, una ciudad del estado de Tamaulipas que ha estado también asolada por la violencia ligada al crimen organizado.

A principios de mayo, cientos de ellos fueron desalojados de una plaza del centro de la ciudad donde acampaban desde hacía un año. Desde entonces, el albergue del pastor Héctor Silva es su refugio, al igual que otros tres lugares regentados por religiosos. 

El albergue del pastor Silva sirve como lugar de alojamiento, centro médico y oficina administrativa. Entre otros problemas, el párroco debe atender temas laborales y familiares de los migrantes. 

«Ten confianza en Dios», le dice a un migrante durante una discusión. «Voy a hacer todo lo posible. Tú también tienes que ordenarte, tienes que ir a buscar un trabajo, tienes que ir a buscar un hogar para tu esposa, tus hijos, sacar a tu niño del sol», apunta. 

– «El sueño de muchos» –

Algunos migrantes ya han encontrado trabajo. Otros pasean al son de la música norteña de la región por las callejuelas de Reynosa. Y también los hay que alquilan departamentos «sin depósitos de seguridad» por 1.000 o 2.000 pesos al mes (de 75 a 100 dólares).

Mientras esperan, parecen ignorar la incertidumbre que rodea al Título 42 y sueñan con llegar a Estados Unidos, como hacen los miles de migrantes que cruzan México todos los días para lograrlo.  

Ricardo, un haitiano de 15 años, espera a su padre, que ha ido a trabajar todo el día. ¿Su sueño? Ir a los Estados Unidos. «No hablo inglés», dice en perfecto español.

«Se puede aprender», agrega al señalar que pasó seis años de escuela en Chile, a donde miles de haitianos llegaron tras el fuerte terremoto que azotó al país caribeño en 2010. 

«Mi esposa quería regresar a Honduras. Yo no porque apenas cruces el Río (Bravo) es la gloria. El sueño de muchos, no solo el mío», dice por su parte un migrante hondureño. 

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