Tegucigalpa (AFP) – La madre de Wilmer lloró y lo buscó por las calles cuando él trató de llegar a Estados Unidos, irregularmente y sin avisar, para conseguir empleo. Aunque la «migra» lo regresó, Wilmer lo volverá a intentar. A sus 18 años, no ve futuro en Honduras.

«Yo quiero irme otra vez, la tentación está, y eso no me lo quito de mi cabeza hasta que lo logre. Si me agarran una, dos, tres, cuatro, cinco veces lo voy a intentar, porque es mi sueño sacar adelante a mi familia», confiesa Wilmer Rodríguez.

En un país con más de la mitad de su población en pobreza, miles de hondureños creen que migrando a Estados Unidos pueden mejorar su situación.

En el camino están expuestos a la muerte, sobre todo a manos de los traficantes de personas («coyotes») y de extorsionadores.

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En lo que va del año, unos 50.000 hondureños fueron devueltos del trayecto, según cifras oficiales.

Aunque este domingo votan por un nuevo presidente, Wilmer no confía en los políticos.

«No les tengo mucha fe, porque la verdad es que todos son mentirosos», explica.

Un barbero profesional –

El sueño de Wilmer es ser uno «de los grandes» barberos del mundo. Se emociona cuando lo dice.

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A su retorno aprendió el oficio y trabaja en la barbería «La Bendición», en el barrio de Nueva Suyapa, en las lomas que rodean Tegucigalpa.

A lo largo de sus calles empinadas, muchas de ellas solo afirmadas y sin asfalto, hay hileras de casas: las de material noble, corresponden a quienes tienen familia en el exterior; las otras son de tablas.

En su trabajo, como una premonición o estímulo, los cobertores que coloca a sus clientes representan a la bandera de Estados Unidos.

Pese a que ya lo han premiado dos veces en el barrio por su buen trabajo con las tijeras, para Wilmer, la bendición está fuera de Honduras.

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Según un reciente informe elaborado por varias entidades, los migrantes centroamericanos gastan unos 2.200 millones de dólares al año en su ruta a Estados Unidos, la mayor parte en traficantes.

Una docena de ilusiones –

Wilmer vive en una casa que no excede los 20m2, con sus dos hermanas, su sobrina… una docena de familiares divididos en dos ambientes.

En el ambiente del dormitorio hay una litera, una cama y la ropa de toda la familia colocada en muebles y rincones. Unas mantas hacen las veces de paredes divisorias.

Él duerme en la parte superior de la litera. «Abajo duermen mi mamá y mi hermana», explica.

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Cuando Wilmer decidió irse, junto con un amigo, era febrero de 2020 y tenía 17 años. Fue devuelto al país un mes después desde México.

Lo que recibe, dice, no alcanza para todos.

«Donde yo trabajo, sí, es algo [lo que recibe]. Pero para mí, no para sobrevivir doce gentes», dice.

En Honduras, el salario mínimo oficial es de 400 dólares y el 80% de la economía es informal.

Aún no ha definido fecha de su próxima partida. Hace los planes, sin que sepa su madre.

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-«No hay trabajo»-

Cuando Wilmer no volvió a casa, Lesly Madariaga, su madre, pasó la noche en vela y al día siguiente se enteró que había migrado.

«No quisiera volver a pasar ese proceso porque, Dios siempre le provee su comidita, yo no quisiera que él pasara peligros», dice.

Como la primera vez, Lesly no conoce pero intuye los nuevos planes de Wilmer.

«Los menores se van por una vida mejor, porque aquí en Honduras no hay trabajo», se lamenta.

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Ella, que ya votó por el gobernante Partido Nacional (derecha), dice que optará ahora por un opositor, Xiomara Castro (izquierda) o Yani Rosenthal (liberal).

A merced de la delincuencia –

Como en varios barrios de Centroamérica, en Nueva Suyapa actúan las pandillas Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18, involucradas en narcotráfico y extorsiones, y cuya acción también obliga a los jóvenes a huir.

Organizaciones humanitarias laboran en la zona con programas para niños y niñas que los aparten de los peligros.

«Cuando los niños se vuelven jóvenes, su deseo es irse hacia otro país para buscar mejores oportunidades porque aquí en el país no las tienen. Prima un sentimiento de mucho dolor, de mucho sufrimiento en las familias», explica Rosa María Nieto, directora ejecutiva de la Asociación Compartir.

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Wilmer dice que en su barrio la delincuencia atrae a los jóvenes. «Van viendo las cosas fáciles y ya les gusta, y empiezan a vender droga, todo eso. Es tentador, pero gracias a Dios no me ha dado por nada de eso», dice.

«Mi meta es trabajar (…) Mi casa, también, algún día, yo sé que la voy a construir, algún día la voy a construir».

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