Chile vigila sus volcanes, convertidos en atractivo turístico
Un técnico en volcanología pasa por delante de las pantallas de un centro de monitoreo que controla la actividad de los volcanes del sur de Chile, en Temuco, el 22 de octubre de 2018 © AFP Martin BERNETTI

Temuco (Chile) (AFP) – La nieve difumina el masivo volcán Llaima pero las coladas de lava que se extienden a lo largo de kilómetros y la materia piroclástica que se esparce por el Parque Nacional del Conguillío cerca del volcán, en el centro sur de Chile, ponen de manifiesto un atractivo turístico que se trata de uno de los volcanes más activos del continente.

Uno de los principales atractivos de este parque poblado de araucarias, el árbol nacional de Chile, es el Llaima, que en mapuche significa «venas de sangre» o «viudo», uno de los noventa volcanes activos que jalonan los 3.100 km que separan Arica, en la frontera con Perú, de los fiordos australes de Aysén flanqueados por la majestuosa cordillera de los Andes.

La mayor concentración se encuentra, sin embargo, sobre la falla Liquiñe-Ofqui que recorre verticalmente la mitad sur de Chile a lo largo de un millar de kilómetros, en lo que podría considerarse como la ruta de los volcanes, explica el geólogo Manuel Schilling.

La belleza de estos colosos esconde una amenaza latente para las poblaciones cercanas, a la que se suma el riesgo de fuertes terremotos en uno de los países más sísmicos del planeta.

Actualmente, tres volcanes se encuentran en alerta. Los Nevados de Chillán, un complejo de 18 conos y 3.212 metros, está en alerta naranja desde abril pasado. El Planchón-Peteroa y Copahue, en la frontera con Argentina, están en amarilla, mientras Lascar, Puyehue Cordón Caulle y Osorno estuvieron hasta hace un mes en alerta verde, la más baja de las cuatro categorías con que trabaja la Secretaría Nacional de Geología y Minas (Sernageomín).

– Centro de observación –

Pero a diferencia de los terremotos, la mayoría de las erupciones volcánicas pueden preverse y así mitigar los daños.

«Estamos igual que en un hospital, cuando vemos que el corazón de una persona no está funcionando bien, avisamos» a las autoridades para que tomen las medidas pertinentes, dice a la AFP Paola Peña, la directora del Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur (OVDAS), situado en Temuco (unos 600 km al sur de Santiago).

Se trata de uno de los centros más avanzados del continente que escudriña las señales que emiten las 242 estaciones situadas en torno a 45 volcanes geológicamente activos en Chile. La falta de presupuesto ha dejado fuera por el momento a otro medio centenar, incluidos los de la volcánica Isla de Pascua.

Cámaras termográficas, sismógrafos, receptores GPS para monitorear el desplazamiento de tierras, clinómetros que detectan y miden cualquier cambio en la inclinación de las laderas o espectrómetros para saber el tipo de gases que emiten e inferir el tipo de eventual explosión son algunos de los instrumentos vigilantes.

«Esas señales son las que nosotros tratamos de captar, interpretar y con esta información poder establecer una alerta temprana», explica a la AFP Álvaro Amigo, jefe de la red nacional de vigilancia volcánica de Sernageomin, al pie del cráter Navidad, uno de los más jóvenes de la región, formado el 25 de diciembre de 1988 a raíz de la erupción del volcán Lonquimay, que alberga una de las estaciones de esquí más selectas de Chile en una de sus laderas.

– No siempre avisan –

Situado en la confluencia de las placas tectónicas Nazca, Sudamérica y Antártica, Chile, el país con más volcanes de Latinoamérica, es un polvorín proclive a los fuertes terremotos que pueden acelerar una erupción. O ralentizarla, como ocurrió con el Llaima (3.195 mts) después del terremoto de 2010 en Concepción, recuerda Amigo.

Pero no siempre avisan, como ocurrió en septiembre de 2014 en Japón, uno de los países con mejor tecnología del mundo, con la erupción repentina del volcán Ontake, que sorprendió a los turistas en su cráter, matando a más de 60 personas.

En Chile, la sorpresa la dio el 22 de abril de 2015 el Calbuco, un volcán «de lo más tranquilo», que empezó a emitir señales solo dos horas antes de la gran erupción. Unas 9.000 personas tuvieron que ser evacuadas y ocasionó innumerables daños a viviendas, agricultura y ganadería y provocó la suspensión del tráfico aéreo.

«Algunos tienen un carácter más irascible, otros funcionan de a poco», dice Peña.

Los geólogos solo dan por muerto un volcán cuando no ha registrado actividad en los últimos 10.000 años.

– Primer geoparque –

Las comunidades indígenas, que siempre han convivido con estos colosos a los que otorgan propiedades divinas, y el creciente interés turístico han llevado a Sernageomín a impulsar la creación del geoparque de Kütralkura, que con 8.100 km2 espera integrar a partir de abril próximo la red mundial de Geoparques de la UNESCO.

Con una historia geológica de 200.000 millones de años, que se puede «leer» en las capas superpuestas que han dejado las aguas y la erosión, el objetivo es conservar la geobiodiversidad, proteger el patrimonio geológico y natural y contemplar los volcanes que lo integran.

Y sobre todo, los últimos bosques de araucarias que han sobrevivido a la tala de las madereras y que dan nombre a la región de La Araucanía, donde se sitúa el parque y algunos de los volcanes más activos de Chile: Llaima –un complejo de 42 cráteres– Lonquimay, Tolhuaca, Sierra Nevada y Nevados de Sollipulli.