Santiago (AFP) – Los meses de pandemia multiplicaron las iniciativas para paliar un drama que Chile creía erradicado: el hambre. Las ollas comunes se reproducen en los barrios más pobres y varios restaurantes, algunos gourmet, volvieron a encender sus cocinas para que nadie se acueste sin comer.

En Lo Hermida, una de las poblaciones más combativas de Santiago, nueve mujeres se unieron para levantar «Las Guerreras», una olla común que entrega 175 almuerzos cada día a vecinos que pelean contra el hambre pero también frente al coronavirus que ha golpeado con fuerza a este sector de la comuna de Peñalolén, en el este de Santiago.

«Nunca pensé que iba a ser tan necesario acá», dice Ruth Lagos a la AFP, sorprendida de las carencias que desnudó la pandemia en este barrio de clase obrera y familias que habían logrado emerger con trabajos precarios a los que las restricciones sanitarias rápidamente pusieron fin y a quienes las ayudas estatales no llegaron o tardaron mucho.

Primero, comenzaron a reunir alimentos y luego armaron una cocina en el patio de una de las casas de Lo Hermida.

Se trata de una población que se formó tras una toma de terrenos y que es considerada una de las más emblemáticas en la lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). También fue muy activa en las movilizaciones que siguieron al estallido social del 18 de octubre del año pasado.

Si bien no tenían mayor experiencia en la cocina, recurrieron a lo vivido en este mismo lugar en los años 80, cuando la aguda crisis económica llevó a multiplicar las ollas comunes en Chile, en un periodo que pensaban superado.

«Nosotros peleamos para no tener esto. Peleamos por un Chile mejor y cada día está peor», dice Ruth, que a sus 48 años recuerda haber «pelado papas» de niña junto a sus padres en la olla común que se levantó en Lo Hermida en aquellos años.

Junto a «Las Guerreras» funcionan otras tres ollas comunes, y en toda Peñalolén cerca de 80, nacidas al calor de la solidaridad y ayuda de vecinos y amigos. 

Cifras de fundaciones y organismos comunitarios han cifrado en al menos 400 los comedores populares surgidos en todo Santiago, donde viven más de 7 millones de habitantes, y en muchos casos sirven la única comida diaria para las familias.

«Estamos sobreviviendo gracias a la olla común», reconoce Paola, al recibir de «Las Guerreras» un plato de arroz con pollo a la mostaza. Desempleada desde hace cinco meses, no ha recibido por ahora ninguna ayuda estatal.

– Comida para todos y para el alma –

Pero además de las ollas comunes, varios restaurantes, algunos de comida gourmet, volvieron a encender sus cocinas para preparar menús y repartirlos entre familias pobres.

El sistema permite, además, ayudar a los restaurantes que debieron permanecer cerrados por meses por las restricciones sanitarias, a pequeños proveedores y transportistas escolares que la pandemia dejó sin sustento tras el cierre de los colegios.

«A nosotros nos sirven un montón; le sirve un montón a un montón de gente porque se arma una cadena», dice a la AFP la reconocida chef Carolina Bazán, dueña del restaurante Ambrosía Bistró, y escogida el año pasado como la mejor chef latinoamericana en los Latin America’s 50 Best Restaurants.

Carolina mantuvo cerrado su restaurante durante dos meses pero después decidió reabrirlo con servicio a domicilio, y además se sumó a la iniciativa «Comida para todos», que hoy reúne a 14 restaurantes que entregan cerca de 6.000 almuerzos por semana.

Junto a dos ayudantes, Carolina cocina 450 platos de comida semanales que son entregadas a familias del centro de Santiago. Para ello, debió dejar atrás las preparaciones más elaboradas que acostumbraba a hacer en su restaurante de estilo francés para concentrarse en comida más sencilla.

«La idea es que sea comida casera pero lo más importante es que sea comida rica, que te llene el alma, y que sea nutritiva», agrega esta chef de 39 años y madre de dos hijos.

La iniciativa «Comida para todos» se financia a través de donaciones, con las que se compran los ingredientes para preparar los platos, se paga a los restaurantes por el día de trabajo y a los transportistas que hacen los repartos.

«Cuando partimos (la segunda semana de mayo) habían tres comedores sociales u ollas comunes; a las dos semanas habían 25 y al mes había 78, esa es la escalada del hambre en Chile», dice Ana Rivero, del equipo de comunicaciones de esta iniciativa que está presente hoy en las ciudades de Santiago, Antofagasta (norte), Valparaíso y Viña del Mar, ambas en el centro de Chile.

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