Sao Paulo (AFP) – Por la puerta lateral de una parroquia de Sao Paulo, decenas de personas ingresan en busca de alimentos, ropa o algunas palabras reconfortantes. El padre Júlio Lancellotti se asegura de que nadie salga de allí con el estómago, las manos o el corazón vacío.

Elogiado como «mensajero de Dios» por el papa Francisco, este religioso de 73 años se ha convertido en una figura antisistema y en símbolo de la lucha por los derechos de los más vulnerables en la metrópoli sudamericana.

Pero también en blanco de amenazas por sus constantes denuncias contra las autoridades y fuerzas del orden, especialmente por parte de la extrema derecha.

Lancellotti lleva 37 años al frente de Sao Miguel Arcanjo, una modesta parroquia en Mooca, un barrio en el este de la ciudad, que el cura describe «llena de apartheids».

Con sus sandalias marrones, el padre va de acá para allá. En este inicio del invierno, hay mucho por hacer para evitar que el frío mate, como ocurrió ante sus ojos con un indigente de 66 años durante una ola de bajas temperaturas en mayo.

«La situación empeoró con el aumento de la pobreza y la miseria» debido a la pandemia. «Hay más familias, más mujeres con niños en la calle», dice a la AFP el padre, de escasos cabellos blancos y anteojos.

– «Un padre de verdad» –

Cada día después de celebrar misa a las 7 a. m. y atender a los parroquianos en busca de ayuda, el cura se cambia su sotana por un delantal y empuja un carro de supermercado con alimentos que compra y recibe como donaciones hasta un centro comunitario. 

Allí sirven el desayuno a cientos de personas vulnerables, una rutina que es parte de su «convivencia» con los marginados, entre ellos miembros de la comunidad LGBTQIA+

«Es como un padre de verdad: da consejos y tirones de orejas… Es un ángel», dice Caua Victor, de 20 años, una de las cerca de 40.000 personas sin hogar en Sao Paulo.

Ese número creciente es reflejo de lo que ocurre en Brasil, donde 33,1 millones de personas pasan hambre (73% más que en 2020), mientras que más de la mitad de los habitantes sufre inseguridad alimentaria, según datos de la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria.

«Uno sólo defiende a quien conoce», «solo se ama conviviendo», dice Lancellotti, quien más de una vez se ha interpuesto entre las fuerzas del orden y sus protegidos en desalojos u operativos, como en Cracolandia, una zona de Sao Paulo dominada por el narcotráfico.  

En su combate contra la «aporofobia» (rechazo a los pobres), también quitó a martillazos las piedras colocadas bajo un puente por el gobierno paulistano para evitar que se instalaran ahí personas sin hogar. 

Ante las críticas, como las del magnate bolsonarista Luciano Hang que lo tachó recientemente de «bandido», el padre se empeña en «perseverar y resistir». 

«Quien está del lado de los oprimidos recibe el mismo trato», asegura. 

Lancellotti no esconde su afinidad con el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, a la vez que refuta el lema del mandatario ultraderechista Jair Bolsonaro «Dios está encima de todos». «Está entre nosotros», sostiene.  

– Rebeldía y lucha –

Esa «cuota de rebeldía», dice, se remonta a su juventud. A los 19 años, fue expulsado del seminario al que había ingresado motivado por su formación religiosa, «por expresar siempre su pensamiento crítico», según una allegada.

Entonces, estudió pedagogía, fue profesor y finalmente se ordenó sacerdote a los 36 años, enfocándose en atender a los marginados del modelo capitalista imperante, que considera «excluyente y elitista». 

A inicios de los años 1990, fundó el centro Casa Vida, que acoge actualmente a decenas de niños con VIH, huérfanos o abandonados por sus padres.

«Durante un tiempo, la palabra lucha me incomodaba mucho, ahora ya no, porque vivíamos en un pacifismo falso (…) ¡La vida es lucha!», escribe Lancellotti sobre sus inicios en un libro publicado en 2021.  

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