Temuco (Chile) (AFP) – No sabe cuántas tiene pero Zunilda Lepín acumula un tesoro de semillas ancestrales en el sur de Chile que son «vida y alimento», un trabajo de recopilación que la llevó a ser elegida como «Tesoro Humano Vivo» por el gobierno chileno.

La «señora Zuny», como la conoce todo el mundo, saca un tarro tras otro llenos de semillas: «Estas son de girasol; estas de lechuga, estas de ají», así va enumerando mientras dispone sobre una mesa de su jardín la incontable colección que guarda con amor y responsabilidad.

A sus 72 años, «es reconocida como una de las personas más gravitantes en la revitalización del ‘Trafkintu’, una ceremonia mapuche en la cual se resalta la importancia del intercambio de semillas».

Así es como se describe el trabajo de Lepín tras ser elegida en 2015 como un «Tesoro Humano Vivo», una instancia de reconocimiento del Estado chileno a comunidades, grupos y personas destacados por sus pares por su significativo aporte a la salvaguardia y al cultivo de elementos que forman parte del Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial del país.

«Muchos me dicen que tengo las manos verdes, que cualquier cosa que planto sale. Será porque uno la planta con cariño», comenta a la AFP mientras busca entre el follaje de una menta.

De acuerdo a la FAO, las semillas son la base principal para el sustento humano. Que los pequeños agricultores de la región tengan acceso a semillas de calidad es fundamental para alcanzar la seguridad alimentaria y la erradicación del hambre en toda América Latina.

Semillas que son vida –

En su fértil huerto a los pies del cerro Ñielol, en los límites de la ciudad de Temuco, en la comunidad de Lumahue, a 680 km al sur de Santiago, Lepín -de descendencia mapuche– acicala su caótico huerto con las manos manchadas de barro. Lechugas, árboles frutales, plantas y flores crecen bajo la copiosa lluvia del sur de Chile.

La importancia de su trabajo de curadora de semillas radica en el resguardo de las más antiguas y también su forma de cultivarlas, en contraposición aquellas intervenidas o transgénicas a las que se le deben aplicar químicos en la siembra para prevenir enfermedades.

«Las semillas naturales son alimento, son vida. Las procesadas no, tienen corta vida y es un veneno», explica.

Regularmente asiste a intercambios y trafkintus a nivel local, nacional e incluso internacional, para tener nuevas semillas que plantar y recuperar aquellas que se han perdido.

«Siempre me gusta andar por ahí. Si veo una planta que no la tengo y me gusta (…) le robo una patilla, sino la pido y la tengo», explica.

El acopio de semillas no lo piensa como negocio, sino como un sistema para mantener su existencia ante el avance de las procesadas.

«Las semillas tienen que tenerlas los campesinos, que son los que saben», asegura.

Más allá de lo hermoso de su huerto, las semillas dan frutos y alimentos que utiliza en su restaurante ‘Zuny Tradiciones‘, donde cruza cada día con los pies llenos de barro para improvisar el menú:

«Es un restaurante muy especial, aquí es ‘a la suerte de la olla’. Si un día no tengo para echarle a la cazuela, le echo quinua pero no uso ni arroz ni fideos. No hay bebidas, es lo que da el campo», dice mientras revisa la preparación de una estofado de verduras, entre ellas diversas variedades de quinua, cuyo consumo se ha revitalizado en los últimos años después de estar casi extinto de los campos chilenos.

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