Paramaribo (Surinam) (AFP) – Es la gran paradoja de Surinam y Guyana, dos pequeños países pobres de Sudamérica: se proyectan como un nuevo El Dorado petrolero, pero también son pulmones del planeta, con sus vastos bosques vírgenes y balances de carbono neutros o incluso negativos.

El petróleo puede ser el camino para salir de la pobreza y convertirlos en países desarrollados ecológicamente ejemplares, siempre que eviten la «maldición» del oro negro, que ha hecho que muchos países productores dilapiden fortunas sin salir del subdesarrollo.

Las cifras son asombrosas. Guyana, con 800.000 habitantes, tiene reservas de más de 10.000 millones de barriles, que pueden aumentar con nuevos descubrimientos. Es ya el país con las mayores reservas per cápita del mundo, por delante incluso de Brunéi, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos.

Surinam, con 600.000 habitantes, debe estar cerca, solo que sus reservas aún no fueron confirmadas a la espera de la decisión de las petroleras de producir allí.

Como sea, en el horizonte de ambos se divisa una lluvia de petrodólares.

Texas –

El barrio de Texas, en el sur de Paramaribo, muestra esa cara de la miseria en Surinam: ruinosas casas de madera entre malolientes cloacas a la vista.

«Es llamado Texas porque era un poco el ‘Lejano Oeste’ de acá», dice Edison Poekitie, un músico de 23 años.

«Solía ser violento, con hombres armados, tiroteos, pero la verdadera razón es que era oscuro, no había electricidad… la gente caminaba con lámparas de parafina como en la películas, decían que vivíamos como vaqueros, que veníamos de Texas».

Poekitie vive con 50 dólares por semana como máximo. ¿Pasa hambre? «¡Todos los días!», responde. «Es muy duro, tienes que haber crecido aquí para soportarlo».

Surinam atraviesa una dura crisis económica, con una inflación galopante y una deuda externa disparada.

«Si las cosas fueran a cambiar ya hubiera pasado hace mucho tiempo», sostiene resignado, incluso ante este posible escenario de bonanza.

«Necesitamos tuberías, cables de electricidad, carreteras sin hoyos, escuelas, canchas de baloncesto, estudios de música…», continúa antes de lanzar rapeando: «No hay distracción en mi camino, solo destrucción».

La maldición –

En el barrio obrero de Annandale, en Georgetown, Brian Braithwaite quiere ser «optimista».

«Vivimos al día», dice este hombre de 45 años que maneja un puesto de comida. «El petróleo es bueno pero aún no hemos visto los beneficios».

«Todos esperan que las cosas mejores con el petróleo», pero «tenemos miedo de que el dinero se use para beneficio propio. El dinero debe usarse para desarrollar el país», sigue.

«Si las cosas no progresan me iré, la gente necesita trabajos, que se arreglen cosas».

Las provincias de ambos países están aún menos desarrollados que los centros urbanos, con pueblos remotos a menudo sin electricidad ni servicios sanitarios mínimos.

Los presidentes de Surinam y Guyana prometen gestionar el dinero con rigor y destacan que se han creado fondos soberanos para las generaciones futuras, así como mecanismos de control del gasto.

«Conocemos bien la maldición del petróleo», dice a la AFP el presidente de Surinam, Chan Santokhi, asegurando que el dinero «ayudará a superar la crisis actual y a hacer inversiones para un mejor futuro».

«La existencia de petróleo y gas es limitada, por lo que tenemos que usar los ingresos para diversificar la economía, para invertir en agricultura, en el sector turismo, en vivienda, infraestructura… para tener un desarrollo sostenible en el futuro».

Lo mismo quiere el presidente guyanés, Mohamed Irfaan Ali. Diversificar la economía con «pilares de desarrollo» similares.

Bonos de carbono –

Los dos jefes de Estado creen que este despegue económico puede lograrse sin afectar el balance de carbono, apoyándose en la inmensidad de sus bosques vírgenes (más del 90% de su territorio) y en una transición ecológica financiada con dinero del petróleo.

Se puede «utilizar la energía ‘sucia’ para financiar la energía limpia», señala Timothy Tucker, de la Cámara de Comercio e Industria de Georgetown, quien asegura que las emisiones generadas por el crecimiento se compensarán con una reducción de emisiones contaminantes de gran escala.

Ambos países aspiran a mantener una huella de carbono negativa para beneficiarse de los fondos internacionales. Irfaan Ali cifra el valor de los créditos de carbono en 190 millones de dólares al año para Guyana.

Pero Monique Pool, activista medioambiental en Surinam, cree que era mejor renunciar a la explotación petrolera, como hizo Francia en la Guayana francesa –territorio de ultramar que limita con Surinam–, y centrarse únicamente en la búsqueda de «créditos de carbono».

«Nos haría ganar más dinero, más rápido, que con petróleo y gas, y por más tiempo porque sería sostenible», insiste. «Mientras nos mantengamos ‘verdes’, tendremos créditos a perpetuidad».

«Toda la costa de Surinam es sensible» y «si hay derrame sería casi imposible de limpiar».

Annand Jagesar, presidente de Staatasolie, la petrolera surinamesa, no desestima el problema. «El mundo está de acuerdo en que existe el cambio climático y hay que limitarlo» y «vamos a hacer todo para contribuir».

Volver –

En Georgetown, el activista y abogado Christopher Ram culpa a los gobiernos de haber «vendido su soberanía» con contratos «malos y desequilibrados» a favor de las compañías petroleras.

«En este momento todo es ‘perfora baby, perfora'», ironiza. «La maldición del petróleo es inevitable» porque «necesitas, más que recursos económicos físicos, una buena gobernanza».

Steven Debipersad, economista de la Universidad Anton de Kom en Paramaribo, destaca que el ingreso de 10.000 millones de dólares proyectados en los próximos 10-20 años tendrá un fuerte impacto en el PIB de Surinam, con crecimiento, pero al mismo tiempo tendrá un impacto para el medio ambiente.

«No solo hay que ver las plataformas petroleras. Todos país que comienza a explotar crudo ve un incremento en la población, el tránsito, el consumo de electricidad», explica. «Los recursos se traducirán en crecimiento», pero «tendrá un impacto negativo en el medio ambiente».

«Será difícil, pero se puede manejar».

Cynthia Neel, de 53 años y empleada de una guardería, envió a su hija a Holanda con seis años para estudiar. «Si a Surinam le fuera bien se hubiera quedado conmigo. Espero que con el petróleo los niños no tengan que irse».

La hija, Sheryva Winter, ya con 29 y que trabaja en Rotterdam en logística, sostiene: «Si Suriname mejora, pensaré en volver».

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