México (AFP) – La algarabía de la calle se mezcla con la armonía del saxofón, el contrabajo y la percusión ejecutados por una banda de jazz desde una camioneta pick up, un incómodo escenario forzado por la pandemia en Ciudad de México.

«¡Jazz sobre ruedas! ¡Jazz en La Portales!», anuncia una mujer con un megáfono captando la atención de vecinos y curiosos que celebran al Maroto Jazz Trío.

Obligados a cerrar por la emergencia sanitaria, los locales de música en vivo se han visto duramente afectados.

Pero El Convite, un club de jazz y restaurante del centenario barrio Portales, hace frente a esta situación echando mano de una vieja práctica: tocar en la calle.

Por eso patrocina conciertos rodantes de ensambles que solían presentarse en su local, que ahora solo puede vender comida con un aforo de 30% como parte de la «nueva normalidad».

«(Fue) volver a pensar cómo podemos darle la vuelta al problema, tratando de llevar a cabo lo que siempre hemos hecho: la combinación entre la buena gastronomía con este tipo de música», dice a la AFP Celina Aguilar, fundadora y administradora del sitio.

Con 24 años de actividades, este espacio se ha convertido en punto de encuentro de los principales jazzistas mexicanos y otros de talla internacional con un festival anual, charlas y ahora conciertos a motor.

«Creo que todos han descubierto que la pandemia ha sido más llevadera escuchando música, así que tiene una importancia emocional, social y económica», señala Alberto Aguilar, chef y cofundador de El Convite.

Jazz a la calle

La situación de otras salas y centros nocturnos de la capital es complicada.

Unos 2.600 locales están cerrados y tendrían que esperar algunos meses más para reabrir, poniendo en riesgo unos 380.000 empleos directos e indirectos, según la gremial Anidice.

Barrio bohemio, Portales tiene una vieja conexión con el jazz. Es cuna de reconocidos músicos del género y sede del legendario club de free-jazz Jazzorca.

De espigada figura y cabello cano, Diego Maroto va arrancando aplausos desde la camioneta al ritmo del saxofón. Lo acompañan el contrabajista Jorge «Luri» Molina y el baterista Edy Vega.

Desde los balcones y ventanas, los vecinos se asoman curiosos y los fotografían con sus teléfonos. Algunos les acercan propinas.

«Hace unas semanas mi ánimo estaba hasta el piso, sin conciertos y todas mis actividades del año canceladas», cuenta Maroto, de 52 años, uno de los más grandes exponentes mexicanos del jazz.

En 30 años de carrera no recuerda haber vivido una crisis como la provocada por la covid-19.

«La parte económica la resolví con clases maestras en línea, pero la anímica, esa sí que fue una situación en la que aparecieron los achaques que nunca tuve», confiesa.

«Escuchar música es olvidarse un poquito de los problemas que tiene uno», cuenta la anciana llorando.

«Luri» Molina refiere que, aunque tocar el contrabajo desde una camioneta en movimiento es un desafío por las condiciones climáticas y técnicas, le ha resultado una experiencia «placentera».

«La esencia del jazz no la agarras en una escuela, en una universidad, el jazz es esto, en la calle», dice mientras se seca el sudor de la frente.

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